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dimecres, 7 de setembre del 2011

FIN DE SEMANA (CAPÍTULO V)

CAPÍTULO V

La carretera hacía Pont de Suert desde La Pobla de Segur, de unos 40 kms., nace de un cruce de tres carreteras, una que se va hacía Tremp, unos 15 kms. al Sur de La Pobla, otra que va a Sort, 29 kms. al Nordeste, y por último la de Pont de Suert. En otra zona del pueblo sale una de unos 6 kms. que recorre el río Flamicell y se une con la primera, que era la antigua carretera, hasta que se construyó otra, más moderna y ancha. Después de unos 10 kms. se llega a Senterada, y aquí se tuerce a la derecha para coger una carretera algo estrecha que va hacía Cabdella, de unos 20 kms. Después de pasar el primer pueblo que hay en ésta carretera, Pobleta de Bellveí, se llega a Sant Hipólit de Flamicell, aunque hay que ir por un camino corto, no muy bien asfaltado, de unos 300 metros, para llegar allí, desde la carretera Senterada-Cabdella. Es un pueblecito tranquilo con pocos habitantes. Se pararon los coches en la plaza central del pueblo, que no tiene Ayuntamiento propio, ya que éste está en Senterada. Cuando bajaron de los coches para dar un paseo por los alrededores, alguna de las parejas iba en plan algo juguetón, metiéndose mano descaradamente delante de todos. Esa era la pareja Paula-Andreu. Recordemos que ella es una chica no muy alta, morena y ojos marrones. Andreu también es de las mismas características, aunque tiene los ojos verdes. Mientras, Ángel era moreno también, aunque Gaietana era una adorable rubia de ojos verdeazulados., con una voz muy agradable, que en su trabajo de doblaje le podría servir para, quién sabe, doblar a Sean Young ó a Andie McDowell.
Ahora bien, empezaron a pasearse por allí y todo estaba muy tranquilo. No le parecía así a Jaume, aunque trataba de disimularlo, yendo cogido de la mano de Rebeca, que por ahora no se daba cuenta de nada de lo que le preocupaba a su nuevo novio. Jaume presentía que por allí podría estar alguno de los cómplices de la banda de Héctor Queralbs, quizá el que peleó con él mismo. Más de una vez se decía:
--Qué chorrada, qué gilipollas soy, debo de tener manía persecutoria. Eso de los gángsters persiguiéndote sin desmayo sólo salen en las películas y en las novelas negras. Puedes gozar de pasear y además hacerlo con una chica tan encantadora como Rebeca Junquera, como haces ahora.
Y siguieron con el paseo. Iban mirando todas las fachadas de las casas del pueblo, muchas de ellas ya muy viejas por el tiempo y que necesitaban una urgente restauración, su estilo más bien pirenaico, que todavía no son como ciertas casas de las ciudades, que algunas parecen caricaturas de los cómics.
Paula Lamadrid se dio cuenta de que cada una de las parejas iban tan por su cuenta que prácticamente pasaban del resto. Así que ella decidió que cada una recorriera el pueblo por la calle que quisiera, y que a una hora determinada se encontraran de nuevo en la plaza del pueblo en donde están aparcados los coches. Además, así ella podría tener un poco más de intimidad con su amado Andreu, que cada vez estaba más cariñoso con ella, tanto que si tuvieran una cama al lado, allí mismo se hubieran desnudado para hacer el amor. Ella quería aprovechar ese momento, que luego, él se vuelve algo soso.
Así, éstos dos se fueron por la parte Norte del pueblo, mientras que Àngel y Gaietana lo hacían por la parte Sur, y Rebeca y Jaume por el Este. Vayamos con éstos últimos: él iba comentando con su chica cómo eran las casas, y ya estaba más tranquilo, más relejado. Así debía ser, ya que, cuando estaban en un rincón bastante solitario como aquel, en el que no se veía a nadie, él aprovechó para acercar sus labios a los de ella, y acto seguido, abrazarla tiernamente para continuar con un beso más largo si cabe. Ella estaba encantada. Hacía tiempo que no estaba tan bien en brazos de un chico.
Cuando pasaban al lado de una casa de adobe pintada de blanco, algo descolorida, Jaume volvió a sentir un sudor extraño. ¿Qué era ésta vez? ¿Otra vez presentía que los cómplices de Queralbs estaban cerca? No lo sabemos, pero... le volvía a pasar eso. Miró la fachada de la casa, y por allí pasaba un hombre, con la misma cara y aspecto del que se había peleado con él un día antes. Rebeca se dio cuenta de aquello.
--¿Qué pasa, Jaume? ¿Quién es ese tío? --preguntó.
--No lo sé muy bien, Rebeca -- contestó él--, pero debe de ser uno de los cómplices del Hèctor Queralbs, ese traficante que encontraron muerto en un barranco ayer... --temblaba bastante.
--Oh --ella también empezó a temblar, aunque no sabía muy bien de qué iba todo aquello que le contaba él--. ¿Y... le habías visto en algun sitio?
--Ehm... yo... me peleé con él...
--¿Qué...? --Rebeca no se lo creía.
--Verás, Rebeca... yo... es que ayer me encontré por casualidad con él --se lo contó a la oreja, en voz baja, para que no le oyeran los demás-- y peleamos. Como llegó otro, él y Queralbs se pusieron a perseguirme, me pillaron... y así, llegamos al borde de un barranco, y... y... se me tiró encima, forcejeamos y... él se cayó por el barranco y se mató.
Rebeca, al oír esto, puso cara de asombro y no supo qué contestarle a él.
--No... no te lo conté antes --siguió diciendo Jaume-- por que pensaba que esto ya era pasado, que nunca les volvería a ver, y que a tí no te interesaba esto... Ahora, no sé cómo me verás tú...
--No te preocupes, Jaume --contestó ella--. Sé que aquello no lo hiciste por que sí...
Se lo dijo de una forma bastante comprensiva. Él exclamó:
--¿Así me dices que no me preocupe, como si hubiese aparcado mal mi coche y me perdonas la multa? ¿No me vacilas?
--Sí, tío, no te vacilo, colega. Sé que aquello no te lo esperabas, y...
--¡Espera! --le interrumpió Jaume, diciéndole en voz baja--: Ese tío mira ahora hacía aquí, y si me reconoce...
--¿Qué hacemos, Jaume? --trataba la chica de estar tranquila.
--Eh... oh... viene hacía aquí... mira, hagamos como si fuéramos una pareja de esas que se morrean todo el rato, y le damos la espalda hasta que se aleje. Si quieres, no lo hacemos así...
--Jaume, tranquilo, eso me encanta...
Le encantaba eso, el de morrearse apasionadamente con él, ya que estaba enamorada de verdad. Él se relajó, y con toda naturalidad le abrazó y se dieron un morreo con toda ternura. Tomándose su tiempo.
Mientras, el feo salió de la casa hacía la calle, quizá para darse un paseo por el pueblo. Y cuando ya iba a pasar al lado de Rebeca y de Jaume, estos, quizá ya absortos en su tarea, ni se daban cuenta de su existencia. Él, con cierta envidia, les miraba de reojo, se alejaba a paso rápido y comentaba entre dientes, para sí mismo:
--¡Éstos jóvenes de hoy en día! ¡En mis tiempos, iba al Infierno si me montaba eso con mi novia! Además, parecen un reloj de arena, con las bocas así pegadas...
Después de la última frase, soltó una risita de conejo ridícula, como si quisiera imitar la risita del personaje de Epi, uno de los más populares de Barrio Sésamo (1). .
Éstos se despegaron, más por la ansiedad por ver si el feo se había ido bien lejos, que por haberse cansado de besarse amorosamente. Corrieron para juntarse con las otras parejas, que iban por su cuenta y que hacían mitad y mitad de lo que se supone que habían venido al pueblo. Es decir, visitarlo. Se encontraron allí todas las parejas y decidieron irse a visitar otro pueblo, para finalmente volver a La Pobla de Segur. Cuando ya eran las seis y media ya habían llegado a La Pobla, pero Rebeca y Jaume les dijeron a los demás que querían pasear un poco más por las afueras del pueblo con su coche, ésta vez los dos solos, y que más tarde volverían a la casa de los tíos.
Ya estaban más tranquilos después del sobresalto que tuvieron en Sant Hipòlit de Flamicell. Iban hablando de sus cosas, como cási siempre, y ya eran las siete de la tarde, aunque estando en verano y en el mes de Agosto, no se había hecho aun de noche y había aun bastante luz. Rebeca, que conducía el coche, se salió de la carretera hacía la izquierda y lo detuvo en un sitio muy llano. Desde allí había una buena vista panorámica del pantano de Sant Antoni, ya enorme desde allí hasta sus compuertas, 15 kms. más adelante, en Tremp, uno de los pantanos más grandes del mundo cuando su inauguración allá por el año 1915, con un muro de contención de más de 80 metros de altura. Allí, antes de llegar al agua, el pantano, en verano, está a un nivel más bajo por las escasas lluvias, lo que hace que quede mucha zona de tierra árida y arenosa entre el agua y la tierra propiamente dicha, en cuesta descendente. Aunque mucho antes hay otra cuesta abajo y éste sitio se queda fuera de la vista desde la carretera. Allí se acercaron los dos.
Se quedaron mirando el agua tranquila, sin ninguna ola, con un tiempo igualmente tranquilo, sin soplar nada de viento, ni siquiera algo de brisa. Además, hacía algo de calor veraniego, que aun se notaba en el ambiente (aquella tarde había sido calurosa). Rebeca, cogida de la mano de Jaume, miraba tranquilamente el agua, el cielo azul y sin nubes, y mirándole de reojo, le dijo:
--Eh, Jaume, hace muy buen tiempo --lo dijo con un tono de voz algo insinuante, no sabemos por qué.
--Sí, Rebeca, es verdad --contestó él--. Nada de frío, y cási nada de calor.
--Eso es.
--Eso es.
--Jaume... --preguntó ella-- ¿Nos damos un baño?
--¿Cómo dices...?
--Que si quieres que nos demos un baño, ahora. Está el agua perfecta, y hace tan buen tiempo, que...
(1): Programa de televisión para niños estadounidense, emitido en España como Barrio Sésamo, muy popular en su momento entre los niños españoles. Está considerado como uno de los mejores programas televisivos para niños pequeños de la historia.



--Sí, Rebeca, pero no nos hemos traído los bañadores.
--¿Y para qué los necesitamos?
--¿Qué...?
--Que para qué los necesitamos.
Jaume comprendió lo que quería Rebeca: que los dos se bañaran desnudos, ahora mismo. A él le encantaba esa idea, sólo que le daba algo de corte el hacerlo por si había algun mirón, ó algun policía les detenía por escándalo público. Pero todo eso le seducía tanto que el posible peligro le daba igual.
--Pues... –contestó él--. De acuerdo. Me encantaría.
--Desde aquí no se ve nada. Ni desde la carretera ni desde otro sitio. Además, desde el otro lado del pantano, necesitarían un telescopio.
--Lo curioso es que soy tímido para éstas cosas, y si no llegas a proponerlo tú primera, yo, ni me hubiera atrevido.
--¿Nunca te has bañado desnudo?
--Sí, alguna vez.
--Entonces, no te cortes, nano. Yo, sin el bañador, me siento libre, relajada. Y no te preocupes. Si no te sientes a gusto –ella le abrazó tiernamente con los brazos alrededor del cuello, mientras poco a poco acercaba su boca y sus preciosos labios a los de él--, yo haré que sí te sientas.
--Me parece muy bien –contestó él. Y se morrearon.
Seguidamente, se cogieron de nuevo de la mano y se acercaron al agua. Rebeca empezó a quitarse poco a poco la ropa. Jaume iba algo más lento que ella, pero al ver el ritmo que ella llevaba, decidió ir más rápido. Empezó ella por quitarse los zapatos, luego los pantalones, seguidamente la camiseta... Ya sólo en ropa interior, se quitó primero el sujetador y por último las bragas. Por supuesto, ella hacía eso con gracia y mucha sensualidad, mientras que él, como la mayoría de los hombres, solía ser más torpe, aunque si él cogía la suficiente confianza, le saldría mucho mejor.
Cuando Rebeca ya estaba desnuda, se fijó en que Jaume aun estaba con los calzoncillos puestos, y le preguntó:
--Vamos, nano, ¿en qué año acabarás?
--Ya acabo, Rebeca, espera que me quite ésta mierda.
Pero Rebeca no esperó, y empezó a correr en dirección al agua, diciendo:
--¡Mariquita el último! –lo decía tarareándolo, como una canción.
--¡Sí, tía, como yo soy hombre, entonces eso lo seré yo! ¿No?
--Claro, nano, yo soy una marimacho –dijo entre risitas la rubia, que se zambulló al agua, como hacen los nadadores al tirarse desde el trampolín, hundiéndose toda para que el cuerpo se acostumbrara a la temperatura del agua. Jaume, al verla, decidió hacer lo mismo y también se zambulló de la misma manera. Pero él salió a la superficie gritando, ya que el agua estaba muy fría.
--¡Éste agua está muy fría! ¡Aaaaaagh...!
Ella, claro, se partía de la risa.
Jaume prefirió no hacer caso y concentrarse en nadar al lado de su amada.
Empezaron a nadar, paralelamente el uno al otro, y él le preguntó a ella:
--Rebeca, ¿has estudiado natación?
--Sí, tomé algunas clases hace años. Me dieron sobresaliente.
--Nadas muy bien. Tienes estilo.
--Tú también, nano.
--Yo no tomé clases. Tú lo haces mejor.
--Gracias, Jaume. Es el piropo más original que me han hecho.
--Tú también eres muy modesta.
--No soy Mark Spitz, que ganó un montón de medallas en la Olimpiada de Munich.
--Eh, ¿seguimos nadando?
--Claro. ¿Por qué no?
Y siguieron nadando, alejándose un poco de la orilla del pantano, hacía el centro del mismo. De vez en cuando miraban de no perderse, dónde estaba la orilla y dónde estaba su ropa, sobre todo. Entonces, Rebeca preguntó:
--Ehm... oye, nano, ¿aun crees que soy una buena nadadora?
--Pues claro, Rebeca –contestó él--. Además, eres muy ágil.
Claro... pero como ahora estoy desnuda, voy más ágil que con el bañador. Cuando me pongo traje de baño, me pongo el biquini, que es mejor que el bañador entero.
--Ya, ¿pero te sientes más relajada y tranquila?
--Sí, y tanto.
Se acercaron poco a poco el uno al otro, se abrazaron y se morrearon. Para no hundirse en el agua, agitaban los pies a modo de hélice. Pasados unos segundos, continuaron con la natación, haciendo algun juego ó gamberrada, como tirarse agua. aquí, Rebeca gritó:
--¡Eh, Jaume, ten cuidado, nano, que me vas a mojar el vestido!
--¿Qué vestido?
Él pilló la broma al momento. Si ella iba completamente desnuda, como él, ¿qué vestido podía llevar puesto? Como no fuese el traje del Emperador, como en el cuento...
--No sé, chico, uno que me pondré el mes que viene.
Rieron los dos.
--¡Pues te lo mojaré ahora! –dijo él, y le salpicó.
Después de salpicarse, decidieron volver a la orilla. Empezaron a salirse del agua. Rebeca fue la primera que lo hizo, poco a poco, y con su espléndida silueta, añadiendo que estaba desnuda, parecía Venus saliendo de las aguas. Eso le pareció a Jaume, que se quedaba fascinado mirándola. Ella sintió algo de frío, pues con el cuerpo mojado de arriba abajo, se siente más el frío, y más si empezaba a ser de noche. Ella cerró un momento los ojos, se ordenó un poco el pelo con las manos, totalmente mojado, claro está, y resopló de alivio. Rebeca había dicho que le relajaba bañarse desnuda, y era cierto. Ahora, también Jaume se salía del agua, y sin la sensualidad de su amiga. Sentía frío también, pero no quería quejarse como antes. No sabía bien si quedarse mirándola ó mirar hacía otro lado. Pero sentía una gran admiración por ella. Le parecía una mujer maravillosa. ¿Estaría, entonces, enamorado de veras? Quizá sí...
Ella se dio media vuelta, vio a Jaume allí mismo saliendo del agua, también desnudo, y sonrió de placer. Le parecía que él tenía buen cuerpo. No es fácil encontrar chicos con buen cuerpo, al menos antes no lo era. Lo encontraba encantador.
Él le sonrió también. No se decían nada, no lo necesitaban. Con los ojos, señal inequívoca de estar muy enamorados el uno del otro, se entendía todo.
Ella le alargó la mano, él la cogió y con dulzura, se acercaron a la orilla. Se sentó Rebeca sobre la orilla, y Jaume a su izquierda.
Con una dulzura infinita, Rebeca mira fíjamente a los ojos de su amigo y le dice<.
--Te quiero, Jaume.
--Yo también –le contestó él.
Los dos se pasaron las manos sobre los hombros del otro, y se besaron largo rato.
Aun sin dejar del todo de tener unidos sus respectivos labios, Jaume miró a Rebeca y le preguntó:
--¿Qué? ¿Te sientes más relajada, Rebeca?
--Sí, Jaume. ¿Y tú?
--¿Qué es esto, una encuesta? Sí, claro. ¿Y tú?
--Bien. Dentro de un rato, cuando nos hayamos vestido, podríamos irnos a cenar a casa de mis tíos. No es la primera vez que voy allá con mis amigos. ¿Ó prefieres que nos vayamos a cenar solos, como anoche?
--Ehm... no sé. Quizá podríamos, para variar, cenar en casa de tus tíos –contestó Jaume--, y luego, como anoche, irnos a algun sitio para poder estar los dos solos. Como quieras...
--No quiero forzarte, Jaume.
--Ni yo tampoco a ti, Rebeca, mi amor.
--¿Mi amor? Eso es muy bonito. Parecía que no te gustaban nada los cumplidos.
--Claro, es que...
--No, no, déjalo –ella le cortó--. Queda mejor como estaba. Mira, votémoslo: quien quiera cenar con mis tíos, que levante la mano –dijo ella, hablando como un político--. A mano alzada.
Levantaron las manos los dos.
--Dos votos a favor, ninguno en contra. Aprobado por unanimidad: cenaremos en casa de mis tíos –sentenció Rebeca,
de manera harto solemne.
--Pareces una política.
--Sí, siempre he tenido madera de ello.
--Rebeca, ¿eres felíz?
--Huy, sí, muchísimo. ¿Y tú?
--También.
--Jaume, ¿sabes que eres el chico más guapo que he conocido en mi vida? Y eso no dice nada en tu favor –bromeó ella.
--Gracias. Como dijo Groucho Marx: “Señorita, consultaré a mi abogado, y si acepta el caso, contrataré a otro”.
Rebeca rió, y contestó con otra frase cinematográfica, la del personaje de Jessica Rabbit, la esposa del conejo protagonista de "¿Quién engañó a Roger Rabbit?":
--"Yo no soy mala. Es que me han dibujado así".
Aquello acabó en un estallido. De risas, claro, no por que hubiera ninguna bomba de algun grupo terrorista haciendo ruido por la zona. Acabaron dándose un nuevo morreo, aunque acabaron haciendo algo más que eso. Estuvieron a punto de hacer el amor allí mismo, pero recordaron que no llevaban preservativos encima, además de que podría verles alguien, y hacer el amor se hace mejor (valga la redundancia) en otra zona más discreta e íntima.
Un rato más tarde ya se habían secado y vestido. Al volver al coche, se peinaron mirándose en el espejo retrovisor. Aunque Rebeca ya llevaba un espejito en su bolso.
Ella, entonces, preguntó a Jaume:
--Cariño, ¿me quieres?
--Pues claro.
--¿Sólo "pues claro"?
--Ah, ¿es que quieres algo más? Mujer, te quiero, te adoro, no podría vivir sin tí. ¡Toma tópico! ¡Toma originalidad! ¡Viva México!
Rebeca trató de reír de la manera más discreta posible aquella nueva salida humorística de su amigo, pero riéndose con la boca cerrada, haciendo, con ello, un ruido extraño, como de risa de conejo.