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CAPÍTULO II Media hora estuvieron haciendo el amor, y pararon. Jarvis se quedó cabeza abajo, soltando algún suspiro, quizá de cansancio, ...
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CAPÍTULO V Al día siguiente, Kathy hablaba con su hermano Ralphie, el “yuppie”, un chico vestido muy elegantemente, como todos (ó casi todos...
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dimarts, 5 de juliol del 2011
TODO ACABARÁ BIEN... SI FUESE BIEN (Capítulo 13)
CAPÍTULO XIII
Al día siguiente –volvamos otra vez al tiempo real--, Judy fue a su trabajo en el bar con aspecto de “pub”, aunque un poco más modernizado, quizá por que había cambiado de dueño y la nueva empresa propietaria quería convertirlo en algo más acogedor y menos mojigato (ya no hay tanto entusiamo por las cosas... bien, no lo digamos). Digamos que Judy, de vez en cuando, pensaba en marcharse de allí, pues el ambiente en ocasiones anticuado del lugar le fastidiaba un poco, y sobre todo si tenía que aguantar a algún cliente que trataba de sugerirle, cuando no pedirle directamente, que se acostara con él. Ella le replicaba que ya tenía novio, pero al cliente le daba igual, decía que seguro que era un soso en la cama, que no tenía lo que el cliente sí que tenía... No picaba ella con eso.
Pero el sueldo que le dan es bueno, y el bar aquel tiene muchos clientes. A veces ella tiene que tragarse algún tostón de un cliente hablando allí con otro de cosas que haría con una mujer, haciéndose el infalible, claro que nos referimos a lo sexual, y, claro está, el susodicho cliente sólo hablaba de que él nunca falla, que las mujeres SIEMPRE quedan satisfechas en el 100 %... Judy, claro, no se creía aquello ni harta de vino. Reflexionó muy seriamente sobre el asunto:
--¿Por qué a muchos tíos les encanta decir que “Soy muy fuerte por que tengo un par de cojones” ó “Yo siempre tengo los cojones bien puestos”? ¿Se creen que con eso son los reyes del mundo? Caramba, si yo le dijese a una mujer que “Soy más fuerte por que tengo un par de tetas” ella me miraría como a una idiota... ¡Y con toda la razón del mundo!
Aunque otras veces ha oído conversar a otras mujeres, que debían de ser feministas radicales, por que hablaban de hombres, y claro, no los ponían nada bien, ni siquiera en lo sexual (ahí era lo peor que ellos hacían). Decían que los hombres, ó la mayoría de ellos, eran unos ineptos, que no escuchan, que no ayudan en nada, sólo les utilizan a las
mujeres para luego presumir ante sus amigotes y autocompararse entre ellos, entonces, como si fueran a decirse “Mi chica es más guapa que ese cardo que llevas”. Por no hablar de que a veces les ponen como si fueran los mismos nazis. Aquí, Judy se enfadó con ellas, pero no se lo dijo a ellas, sino que reflexionó para sí misma:
--¡Coño, si éstas están hablando igual que los machistas! ¿No decimos las mujeres que queremos la igualdad entre sexos? Pues así, si hablamos como éstas, no lo conseguiremos nunca, por que nos ponemos a la misma altura que los machistas. Yo conozco a tíos que son encantadores y que no son para nada unos machistas de mierda. No hay que cargárselos a todos. ¡Así nunca conseguiremos que ellos nos comprendan ni que nos respeten, coño! –gruñó finalmente, como desesperada, siempre para sí misma. Hizo una mueca, pero nadie, si le vio hacerla, sabría exactamente interpretarla en su contexto.
Siguió con su trabajo mientras tenía esas reflexiones trascendentes, que siempre trataba de aderezar con chistes, cual si fuera Woody Allen, pero ésta vez el asunto era tan serio que no le salía ninguno potable.
En aquella mañana llegaría allí un chico al que Judy conoce mucho y le quiere bastante, en el buen sentido de la palabra, no amorosamente sino como amigo, que es George Miravitlles, hijo de catalanes, que ahora trabajaba como dibujante. Judy se alegró de verle y le saludó:
--Hola, George, bienvenido.
--Hola, Judy, guapa –respondió el joven. Miró la decoración del bar y opinó--: Oh, veo que han cambiado un poco la decoración que había. De puta madre.
--No exageres, tío. Se han cambiado algunas cosas, pero no demasiado. El nuevo dueño no es anticuado como lo era el otro, pero tampoco es ningún revolucionario en hacer decoraciones. Yo le he contado lo que ví en los bares españoles, los de Barcelona, de cuando estuve allí el mes pasado, y me ha dicho que se lo pensará.
--¿Y crees que te hará caso?
--No lo sé, George. El público, los clientes, es lo primero, y por ahora no sabe si cambiarlo todo de golpe ó poco a poco... Bien, dejémoslo. ¿Qué quieres tomar?
--Una Coca-Cola. No tengo ganas ahora de alcohol.
--Muy bien. A mí tampoco me gusta el alcohol –bajó la voz Judy--. Te lo digo así de bajito para que mi jefe no se enfade... –soltó una risita y puso sonrisa de complicidad.
George rió también.
Le sirvió ella la Coca-Cola. Judy preguntó:
--¿En qué trabajas ahora? ¿Lo mismo que antes?
--Sí. De vez en cuando organizo exposiciones de mis dibujos en una galería de arte de la calle 57 Oeste, la de Associated American Artists. Allí viene bastante gente.
--Me alegro –sonrió Judy, en gesto de complicidad con aquel chico que le caía tan bien.
George se bebió la Coca-Cola a tragos, no de un trago, como hacen muchos tíos cuando beben una cerveza, por ejemplo, y quieren dar imagen de machos superiores, sobre todo delante de otros tíos. Luego se fue. Judy siguió atendiendo a los clientes.
Le había contado él a Judy que pensaba hacer una serie de dibujos animados, pero que no fuese lo habitual, acordándose de los Simpson. Judy dijo, como siempre, que aquello le parecía dabuten.
Al volver a casa, la chica se compró una cinta de cassette en una tienda de discos. Era de Sting, el ex cantante de Police, que ahora se lo monta todo solo, musicalmente hablando. Mientras, ella pensaba que el fin de semana, óm por lo menos el Domingo, que entonces tendrá ella el día libre, igual que Jarvis. Él tiene ahora un pluriempleo de dos trabajos, ya que con Judy tiene más gastos, a pesar de que no viven juntos. Ella sigue muy enamorada de él, aunque él, con sus manías, se lo pone difícil... y ella también a él, ya que también tiene muchas manías, algo absurdas, como las de él. Ya les contaremos cuales son...
También George Miravitlles llegó a su casa. Cuando entró en la salita, llena de muebles comprados por su familia y por él mismo en la Catalunya natal de su padre, sonó el teléfono. Lo descolgó, diciendo:
--¿Diga...?
--Hola, Jordi, soy Papá –le saludó una voz de hombre mayor, hablándole en catalán con algo de acento inglés-americano. George se dio cuenta de que era su padre, ya que sólo su familia le llama con el nombre en catalán--. ¿Ya has vuelto del trabajo?
--Eh, sí, Papá, hola... –contestó George, sonriendo, y hablando también en catalán, aunque no un catalán como el de su padre, ya que el suyo era más irregular.
--Nada, hijo, te llamaba, como todas las semanas, a ver cómo te encuentras. A ver si vienes a vernos.
--Pues me encuentro muy bien. Ya iré un día de éstos a veros. ¿Cómo se encuentra Mamá?
La conversación era tópica, normal, sin nada especial que destacar. George dijo a su padre que el Domingo iría a la casa de ellos y que quizás podría invitar a sus amigos Judy, Jarvis y otros. Winnie y Arthur no podrían venir por que cada uno estarían atareados en sus trabajos cinematográficos.
Al llegar el Sábado por la mañana, Judy y Jarvis se fueron al Central Park para pasear por allí. Dada la longitud del mismo, el paseo fue largo. Habían comprado algunas cosas para comer allí, como el día de Año Nuevo en que se conocieron, y se tumbaron sobre la hierba, revolcándose sobre ella acto seguido.
Judy cogió una brizna de hierba y se la metió en la boca parcialmente. Sonreía, y dijo:
--Me gusta mucho estar aquí tumbada. ¿Y a ti?
--Si estoy contigo, sí –contestó él, de manera harto complaciente, dándole a ella un besito suave y corto en los labios.
--¿Tienes que trabajar hoy, Jarvis? –preguntó ella de repente.
--Sí, Judy. Tendré que trabajar luego. Ésta mañana tendré que irme al primer trabajo cuando pase una hora, y... –miró el reloj—y tres cuartos. Mañana volveré contigo, cariño.
--No seas cursi, tío –le suplicó Judy.
Luego se separararon para irse a su trabajo. Judy prefirió darse un paseo por el parque antes de volver a su casa. Paseaba por la calle después hasta llegar allí. Los Sábados ella sólo trabaja por la tarde en el bar, en donde hacen turnos así. Ya irá.
Ahora, ya en su habitación, se acordó de los demás chicos con los cuales había tenido relaciones. Aunque ella había sido una mujer fuerte, al menos por que muchas veces había conseguido superar problemas gordos, sabía que ella no era ninguna supermujer. Aquí se acordó de algunas cosas que le sucedieron cuando era pequeña.
Por ejemplo, que era ella muy rebelde. No por que sea la típica y tópica “hija de papá”, demasiado mimada, que no lo fue, sino por que siempre había visto cosas que no le gustaban. Y se rebelaba contra ello. Pero siempre quería caer bien, y no le molaba nada que siempre le hicieran burlas en el colegio al llamarla sabihonda muchas amigas y amigos suyos, por aquello de que conseguía muy buenas notas estudiando, estudiaba mucho, y de verdad. Cuando empezó a tener relaciones con chicos, también quería tener cuidado con cuáles se lo montaba, quizás por que siempre había tenido una cierta desconfianza hacía los hombres desde que era una niña, a veces los rehuía, pero otras veces trataba de caerles bien. Con algunas amigas había aprendido que aun así la mayoría de los hombres siguen viendo a la mujer sólo como un objeto, como una “cosa bonita”, y por esto, lógicamente, iba con precaución con ellos, por si acaso.
No obstante, ella tuvo relaciones con más chicos que los que le dijo a Jarvis cuando se conocieron. No se los recordó, quizá por que no le venían a la memoria en aquel momento. A Jarvis le pasaba lo mismo. Ahora veamos qué pasó con Judy cuando empezó alguna de esas relaciones amorosas que de las cuales finalmente no contó nada a su actual novio.
Antes de conocer a Michael Karras, el hijo de griegos que quería ser concejal ó alcalde de Nueva York, Judy conoció a un chico con el que tuvo relaciones bastante apasionadas, ó como ella decía, dabuten, para que no pareciera nada cursi con esos términos algo anticuados de “relaciones apasionadas”, para ella dignas de telenovela. Él se llamaba Jimmy Cromwell, y lo conoció cuando ella quería estudiar Arte Dramático. Él también. Ahora, éste joven reside en California, intentando todavía triufar con algún papel en el cine ó en la televisión, pero sólo ha podido salir haciendo de extra en alguna película e incluso con un pequeño papel en uno de esos programas del Canal Playboy. Ahí, claro está, tenía que salir desnudo, y según algunos (y algunas), no desmerecía nada de su compañera de reparto, pero eso no nos interesa ahora...
Cuando tuvieron la primera cita, ella tomó la iniciativa e intentó besarle, ya que a él no parecía apetecerle dar el primer paso. James Grant Cromwell era un chico de pelo y ojos castaños, estatura similar a la de Judy (1’75 cm.) y un cuerpo que ella calificaba, en lenguaje coloquial habitual suyo, de “dabuten, tío, está muy guay”, quizás con bastante razón, aunque nosotros no usaríamos unos términos tan “coloquiales”, sino más “artísticos”, tratándose esto de una novela. Pese a su buena presencia y su semblante inteligente, Jimmy Cromwell era muy tímido, y Judy no comprendía bien por qué los hombres parecían asustarse un poco cuando se acercaban a ella. Quizás por que ahora, con el feminismo, la liberación de la mujer y la igualdad de derechos entre ambos sexos, la mayoría de los hombres parecen literalmente flanes, por que tiemblan mucho en la presencia de cualquier mujer.
--¿Qué te pasa, cariño? –le preguntaba ella, cariñosa.
--¿A mí...? –Jimmy hablaba como si no pasara nada.
--Sí, tío. Pareces un flan, casi no me hablas y parece que me tuvieses miedo. ¿Qué pasa? ¿Muerdo?
--Eh, no, no...
--¿No...? ¿Y qué es, entonces?
--Es que no sé cómo empezar...
--¿Empezar qué?
Judy se daba cuenta de que Jimmy era demasiado tímido, demasiado asustado. Y eso que no lo parecía si se le veía con amigos, sobre todo, pero él no era el mismo con mujeres a su lado. Ya empezaba a estar harta de aquello. ¿Qué puñetas tenía ella que dejaba a los hombres como unos maricas, con perdón, según la opinión a veces visceral suya? A veces le rondaba por la cabeza la idea de mandarlos a todos los tíos a la mierda y hacerse lesbiana, a ver si ellas no temblaban tanto en su presencia. Luego se arrepintió de ello por que ella no lo es, y le daría cierto reparo que se le acercase alguna. Después de pensar esto, volvió a hablar con Jimmy.
--Macho, esto no es difícil –contestó Judy a la frase que él le había soltado antes, tratando de ser cariñosa con él, que esto la jodía más, lo de que le tuviesen miedo, cuando ella es siempre muy amable y cariñosa con los chicos, sobre todo con los que le atraen mucho, claro está--. Escucha, tío, sé que ahora los hombres os habeis quedado un poco jodidos con la liberación de las mujeres y la igualdad de derechos entre los dos sexos, pero no es tan difícil poneros bien, carajo. Yo puedo ayudarte si quieres. No me molesta.
--Ah, gracias, maja –respondió Jimmy, un poco aliviado al oírle hablando así, tan cordialmente--. Perdóname, soy un idiota.
--No, no lo eres. Podemos ser iguales sin que nadie se quede jodido... Bien, dejémonos ahora de discursos trascendentes. ¿A dónde vamos?
--No sé... ¿A tu casa, quizás? –propuso él, de golpe.
--Em... –reflexionó Judy—Ahora en mi casa está mi hermana Kathy y su novio Tommy... y... bien, será mejor que...
--¿Qué?
--Que sí, tío, que nos piraremos a la tuya. A tu casa, Jim.
--Muy bien, Judy. Yo vivo en Greenwich Village, y mi casa es compartida.
--¿Compartida? ¿Con quién? ¿Con unos amigos?
--Con dos parejas, de chico y chica, claro, pero ellos tienen su vida y yo la mía, claro.
--¿Es grande la casa? Si sois cinco...
--Sí, bastante grande, pero no demasiado. Aunque si vamos allí, no les molestaremos. Nos metemos en mi habitación, y los demás, como si no existieran.
--Me parece muy bien, Jimmy, pero debes de saber que si nos acostamos juntos tendremos que estar en un sitio con absoluta tranquilidad, es decir, solos. Quiero decir que cuando entremos en tu habitación, que nadie de ellos nos espíe. ¿Me entiendes?
--Sí, Judy, perfectamente, coño. Pero, ¿no me habías dicho que iríamos a tu casa?
--Ah, perdona, tío, no me acordaba. Pero es que quería saber qué clase de casa tienes...
--¡Coño, que yo no tengo ninguna casa de putas! –ironizó Jimmy, a lo cual respondió la rubia riendo, cosa que él también hizo seguidamente.
Después se fueron a la casa de ella, después de dudar un momento. Con él pasó una noche que ella misma recuerda como “...una de las más dabuten de mi vida, tíos”, en la cual hicieron el amor apasionadamente. Aun recuerda Judy cómo Jimmy estaba encima de ella, postura que de vez en cuando cambiaban, besándola tiernamente por todo el cuello, la cara y casi todo el cuerpo, como hizo ella con él después; ó hacerlo sentados en una silla, un método algo incómodo pero excitante, pensaba Judy. Era incómdo si la silla era dura, claro. Aquí también cambiaban de postura debido a lo dicho anteriormente. Pero pese a haber tenido muchas noches como ésta, la relación sentimental entre ambos se fastidió muy pronto. Y no era por la cosa sexual, que aquello quizá funcionaba bien, sino por la relación amorosa en sí, en lo personal, ya que él seguía con sus complejos, neuras, manías, etc., como ella. Menos mal que Judy es una chica fuerte de carácter y de espíritu, con lo que lo superó pronto, y también tenía la ayuda de la familia.
Pero a pesar de todo esto, Judy también tiene momentos de depresión, y se lamenta de haber fallado, que quizás ella también tenía mucha culpa de esto. Por si acaso, cuando esté con algún chico (también con Jarvis), le dice que no la mitifique, que no la ponga ni en un pedestal ni en ningún altar, que ahora muchos hombres hacen eso con las mujeres, pasando de haberlas menospreciado durante siglos a decirles que ellas son las mejores, las más fuertes, las más inteligentes, las más... etc., que ellos. Que aquí siempre se exagera mucho, y en esto...
Cuando conoció a Michael Karras, que trabajaba en el mismo sitio que ella, los problemas fueron los mismos, pero aquí hay que añadir otros. ¿Se acuerdan de cuando Judy riñó a Kathy y a Tommy por que ésta les espió cuando se besaban y le llamaron “guarra” ó algo así? Pues ellos, quizás, hicieron lo mismo con ella y con Michael cuando hacían el amor y cómo se lo recriminó Judy al empezar ésta novela.
Pues Karras tenía un problema parecido al de Jarvis Delaware, que era su inseguridad y el complejo de inferioridad. Aunque luego quiso ser político sin éxito, lo cual utilizaba para olvidarse de aquello, para superarlo. El colmo de esto fue un problema muy curioso: no le gustaba nada la cara que tenía, aunque era bastante atractiva. A él le parecía que era muy hortera y quería cambiársela. Vio a un amigo suyo, de unos treinta años, con barba, casi calvo, con unas ojeras que casi le arrastraban por el suelo y un carácter tirando a infantil, pero con una espontaneidad y una personalidad arrolladoras. Judy consiguió convencerle de que aquello era una chorrada, que él estaba mejor siendo él mismo, no la copia de otro... Esto fue una cosa de la que ahora no se quería acordar, como Cervantes en el primer capítulo de “Don Quijote de La Mancha”, y en éste caso no es “un lugar de La Mancha”, sino las noches de amor que tuvo con él, al menos alguna de ellas, y cuyos numeritos sexuales los repitió alguna ocasión con Jarvis.
Uno de estos era desnudarse el uno al otro, despacio, sin prisas, como si quisieran descubrir poco a poco la personalidad del otro. Digamos que Michael era bastante educado y cordial con Judy, sin querer nunca ser prepotente. Les parecerá que en esto tiene Judy muy buena suerte, pero es que muchas veces era todo al revés. Bien, no nos enrollemos en éste detalle. Todo esto luego se fastidió, y vuelta a empezar, y tócala otra vez, Sam.
Ahora volvamos con ellos: al día siguiente, Judy se encontró con Jarvis en el portal de su casa. Allí esperaron a que Kathy bajase con Tommy, y luego fueron en un taxi al barrio de Queens, en donde están ubicados varios estadios deportivos y los aeropuertos de la ciudad, como el J. F. Kennedy y La Guardia. Allí llegaron unos veinte minutos más tarde, a una casa en donde viven los padres de George Miravitlles, un chalet de dos pisos, muy típico en todos los Estados Unidos.
Aquella mañana estaba con el cielo muy nublado, y con amenaza de lluvia inminente. Y precisamente cuando ya salían del taxi, empezaron a caer las primeras gotas. Jarvis, cuando salió de su casa para quedar con Judy, estaba algo deprimido (ya dijimos una vez que los días nublados le deprimen mucho, le provocaban mucha melancolía), pero Judy se hallaba contenta, y ello animó al chaval.
--Hola, señor Miravitlles –saludó Jarvis al padre de George, que se llama Joan, un nombre típico en la región del Estado Español conocida por Catalunya en donde nació y de donde tuvo que exiliarse en el año 1939, después de la pérdida de la Guerra Civil española por los republicanos ante las tropas del general Francisco Franco. Joan Miravitlles i Sansalvador, nombre y apellidos completos, había nacido en el pueblo de Tossa De Mar, provincia catalana de Girona. Luego, su familia y él habían emigrado a Barcelona, y después de la guerra, se exilió en los Estados Unidos. Otros miembros de la familia huyeron a Francia, México, Gran Bretaña, etc. Como dijimos antes, él había luchado en el bando republicano, pero nunca había sido simpatizante de los anarquistas ni de la izquierda radical, y nunca se había sentido próximo a ningún partido político. Pese a que, cuando llegaron los años ’50, en los Estados Unidos hicieron estragos los abusos paranoicos del horrible Comité de Actividades Antiamericanas liderado por el nefasto senador de Wisconsin Joe McCarthy, intentaron delatar a Joan Miravitlles, no consiguieron nada por falta de pruebas. Los amigos de él le ayudaron mucho. Miravitlles ha tenido varios negocios, de todo tipo, y así ha podido llevar una vida sin sobresaltos ni hambrunas ni nada. Eso sí, no ha querido vivir nunca en mansiones; no es su estilo, por algo es hijo de obrero.
--Puedes llamarme Joan, muchacho –le contestó Miravitlles a Jarvis, cuando se saludaron, con toda sencillez. Hablaba con algo de acento catalán.
A Joan Miravitlles ya se le notaban las arrugas de anciano setentón, rondando los 74, en su aspecto entrañable y al mismo tiempo venerable. Llevaba gafas y barba blanca.
Diremos que él fue amnistiado por Franco en 1956, pero siempre ha residido en los Estados Unidos desde que llegó en 1939. Viaja casi todos los años a Catalunya, por nostalgia de la tierra, algo común en los catalanes. Tiene pensado que cuando muera, quiere que su cuerpo sea incinerado y las cenizas se dividan en dos, para así una parte que vaya a ser enterrada en Catalunya, y la otra en los Estados Unidos, en Nueva York, en donde ha residido permanentemente desde su llegada.
George, su hijo, por lo menos él estaba allí en aquel momento, ya que sus otros hermanos (Andrew, Jane y Rose) estaban fuera. Ya diremos en dónde viven ahora. Pero algunos de ellos llegarán allá luego y podremos conocerlos.
--Ah, muy bien, J-Joan –dijo Jarvis, intentado pronunciar correctamente el nombre en catalán del patriarca de la familia Miravitlles. Le sirvió al chico aquello de estar en Catalunya bastante tiempo durante las vacaciones estivales.
--Lo pronuncias bien, chico –le dijo Joan, en un catalán con algo de acento estadounidense, lógico al llevar tantos años residiendo allí, con lo que en cada lengua tiene un acento de la otra.
--¿Qué dice...? –preguntó Jarvis, en inglés, ya que no había entendido nada. Su catalán era escaso.
Joan se lo repitió en inglés, y ahora Jarvis exclamó:
--¡Ah, perdón...!
--Tú tranquilo, chico –le tranquilizó Joan. Luego continuaron haciendo otras cosas.
Podemos decir que eso de “otras cosas” es que tomaron unas copas, charlaron todos en la salita e hicieron un pequeño paseo por la casa y el jardín (se nos olvidaba decir que era una casa con jardín, algo también muy americano). Cuando se metieron en una de las habitaciones (la que tiene George cuando visita a sus padres, aunque era la suya cuando aun vivía con ellos), siguieron charlando, oyendo música de, entre otros, Stevie Wonder.
En ese momento escuchaban la canción que Wonder había hecho para la película “Fiebre salvaje” de Spike Lee, con ritmos africanizantes.
Raquel, la esposa de Joan Miravitlles, de la misma edad que su marido, no estaba en casa en ese momento, sino visitando a unas amigas.
--¿Y tus hermanos? –le preguntó Judy.
--Andy está ahora en Washington D. C., en donde trabaja en una emisora de radio y hace un programa de esos de llamadas de los oyentes, en el que conversa con ellos, le cuentan sus problemas, su vida, etc.
--Ya, un programa intimista, sé cómo son...
--Sí. Pero no es lo mismo llamar a un programa de radio que se puede escuchar por todos los Estados de la Unión que telefonear a tu novio y contarle tus inquietudes personales e íntimas. Pero de vez en cuando hay alguna y algún...
Todos rieron la broma de George, que remarcó las palabras “alguna” y “algún”, con esa forma de hablar que tienen los estadounidenses cuando van de pudorosos y no les da la gana decir palabras malsonantes, como si temieran que, como en la televisión americana es costumbre, superponer un pitido cuando alguien dice ese tipo de palabras. Y no es agradable sufrir ese tipo de censura.
Joan Miravitlles había salido afuera, al jardín, para mirar si la hierba estaba bien cuidada. Los demás estaban con George y compañía.
Éste hablaba de sus hermanos, y después de lo que Andrew Miravitlles hace en la radio; luego sobre los demás hermanos, etc.
Mientras tanto, Jarvis comentó, escuchando la canción de Stevie Wonder:
--Ésta canción es dabuten, tío.
--Sí, lo es –contestó George.
En aquel momento, sin querer, Tommy tropezó con el cable del tocadiscos que lo conectaba a la corriente eléctrica, con lo que quedó desconectado, y la música fue sonando cada vez más lenta, como un magnetofón con las pilas gastadas, hasta que se paró completamente.
--Jo, tíos, me mola el final de la canción –bromeó Kathy.
--¡Joder, Tommy, eres un torpe! –le riñó George--. ¡Que éste tocadiscos vale 130 dólares!
--Lo siento, tío –se disculpó Tommy, volviendo a enchufar el aparato--. Es que el cable éste –lo señaló con el dedo índice—es demasiado largo.
--Eres muy gracioso, Tommy –respondió George, con bastante desagrado. Nunca le habían hecho gracia los “graciosos” de pacotilla. Y seguidamente él mismo hizo un chiste--: ¿Querías acaso que lo lleve hasta Catalunya para enchufarlo allí? Ya sé que el cable es muy largo, pero...
--Eh, George –preguntó Judy--, ¿cuándo llegarán esos amigos tuyos que dijiste que vendrían?
--¿Amigos...? –George parecía estar “en Babia” con éste tema, reflexionó un instante y seguidamente se acordó--. ¡Ah, sí...! Pues... Geraldine, Kimmy, Mary Beth, Curtis, Peter y James. Deben de estar al llegar…
Al decir esto, como si hubiera hecho un chasquido con los dedos, sonó el timbre de la puerta. George se levantó y fue a abrir.
--Ya están aquí –dijo George.
Luego entraron todos los chicos y las chicas amigos/as suyos, vestidos todos muy modernos, estilo entre finales de los años ’80 y principios de los ’90, y empezaron a charlar todos de golpe.
Una de las chicas recién llegadas, Kimmy McFarlan, hablaba de música con Kathy Raines, claro, si ésta era rockera, y al final parecía que levantaban el tono de voz y rozaban la pura discusión, por lo que Jarvis se acercó a ellas.
--¿Qué hacéis, nenas? –les preguntó.
--Hablar –contestó Kathy lacónicamente.
--¿Sólo eso...?
--Hablamos de música, de mover el esqueleto, tío –explicó Kimmy, una pelirroja con el pelo corto y un fuerte acento de “slang” muy neoyorkino--. Yo también toco la guitarra en un conjunto de rock. Es una pasada, tío.
--Ah, genial. ¿Eres de aquí?
--No. Vivo en Newark, Nueva Jersey. Como le pasa al conjunto musical de Kathy, el mío tampoco no ha podido destacar mucho, y veremos si mañana nos dejan actuar en una fiesta de instituto de allí y así nos damos a conocer. Que sólo hemos podido actuar en sitios bastante tontos...
--¿Tontos...? ¿Qué clase de sitios eran?
--Algunos sitios en el que tocan conjuntos musicales, alguna discoteca... siempre de segunda, tercera ó cuarta categoría, tío.
--¿A los que llevan esos sitios importantes no les interesais?
--No. Son unos gilipollas –dijo rotundamente Kimmy, con fuerza pero sin nada de aspavientos.
Jarvis se fijó en Kimmy mientras hablaban. Le parecía una chica muy interesante, una chica que, como Judy, sabía muy bien de qué hablaba, e iba directa al grano, sin enrollarse.
Kimmy McFarlan también se fijó en Jarvis. Hacía tiempo que había roto con el chico con el que estaba, aunque nunca congeniaron mucho. También era una chica quizás difícil, de esas que no quieren que se les vea simplemente como una “niña mona”, sino como una persona con cerebro, y además sabe que no es demasiado divertida, que a veces tiene que hacer un esfuerzo sobrehumano para agradar a todos. Y como en su conjunto musical no canta sino que toca la guitarra, no aburre más. Ella reconoce que no podría cantar bien, así que no tendrá que cansar a la gente con su pésima, según ella, voz para éste menester. Pero volviendo a que si le había ó no gustado a Jarvis, parecía que sí, a juzgar por la cara que puso.
Mientras tanto, Judy hablaba con Peter Ravelli, bisnieto de italianos, cuya familia llegó a los Estados Unidos en los albores del siglo XX. Éste chico moreno de ojos azules trabaja en una compañía discográfica... pero como conserje, no vayan a pensarse que también es cantante. Parecía que ella también se interesaba por el chico, pero, por ahora, no hacían otra cosa que hablar juntos.
--El último verano estuve en Europa, en Italia –le explicaba Ravelli cuando hablaban de sus vacaciones veraniegas. Judy contestó:
--Pues yo, en España.
--¿España? ¡Olééééé...! –contestó Peter Ravelli, intentando bailar una especie de flamenco, por llamarlo así, que él había visto en algunas películas, americanas, claro, no españolas. Judy frunció el ceño.
--No, no, Peter, por favor... España no es eso que sale en esas películas que has visto... Que no es así, coño.
--¿Qué dices...? ¿Cuánto whisky te has bebido? –Ravelli no se lo creía.
--No he bebido nada de alcohol, ¿vale, tío? Sólo he bebido Coca-Cola, y a mí no me va el alcohol. Mira, tío, he visto que España es un país que poco a poco está cambiando mucho y en donde la gente va vestida como nosotros. Se ve que les ha hecho bien el entrar en la Unión Europea.
--¡Coño, qué cosas! –exclamó Ravelli, como no acabando de creerselo--. ¡No me lo creo, tía! Creo que me estás vacilando.
--¡Venga, Peter, no me jodas! –gritó ella, como ofendida. Y llamó a los que como ella habían estado en aquel país europeo, como Kathy, Jarvis, Tommy y George.
--¿Qué pasa, Judy? –preguntó Tommy cuando ella les llamó y les pidió que se acercaran.
--Éste tío, éste patán, que se cree que España no es más que un país de toreros, flamenco y señoras con peineta –les dijo, señalando severamente y de manera inquisitorial a Ravelli con el dedo índice.
--¿Ah, sí? –decía George--. Pete, no sabía que fueras tan palurdo, je, je...
--¿Qué coño pasa, tíos? –gruñó Ravelli, super ofendido--. ¿No es así España...? –al mismo tiempo, se sentía ridículo, sintiendo asimismo que había metido la pata, que quizás no fuera aquel país como él creía.
--No, qué va, Peter, te han engañado –le dijo Kathy, intentando ser condescendiente con él, cariñosamente. Aun seguía Peter, pese a todo, sin captar aquello. Y creemos que a éstas alturas todavía persiste en su error. Para algunos americanos, éstas cosas resultan altamente incomprensibles. Debe de ser las diferencias culturales, además de las idiomáticas, que eso casi siempre es una gran barrera para cualquiera.
Volvamos con las charlas: Judy decidió ahora conversar con los otros dos chicos que habían llegado junto con Ravelli y las chicas. Por ejemplo, con Curtis Greene, un estudiante de Arte Dramático (ella conocía eso por haberlo estudiado tiempo atrás) que soñaba con representar alguna obrita teatral en Broadway, sobre todo en los teatros situados en lo denominado “Off-Broadway”. Aquí, Judy le hizo una aclaración:
--Perdona, Curtis, pero el “Off-Broadway” (1) está fuera de allá, no dentro de Broadway, sino por toda Nueva York –le aclaró Judy.
--Ya lo sé, guapita, la he metido bien metida, perdón. Digo que querría hacer alguna obra buena, buena de verdad, no esas mierdas seudocomerciales, que atrae muchísima gente al teatro pero que no dejan de ser mierdas. Prefiero un Tennesse Williams, no esas mierdas cursis que le gustan a Bush (2) y a sus amigotes.
--Je, je... –rió la chica—Te entiendo, tío... Ya me conozco cómo se lo montan esos gilipollas. Sigue, siguem hablándome de teatro, que me interesa cantidad. ¿Es verdad que tú...?
Continuaron hablando largo rato sobre los entresijos del teatro, que Curtis demostró conocer al dedillo. Con Curtis, Judy pasaba completamente de Peter Ravelli, que ahora intentaba ligar con otra de las chicas que habían venido, con Mary Beth Casacuberta, otra descendiente de catalanes exiliados en los Estados Unidos, pero ésta ya es nieta, es decir, de segunda generación, mientras que George es hijo.
Y Jarvis seguía hablando animadamente con McFarlan. Kimmy se sentó en una silla, y él también. La una al lado de la otra.
--¿Tienes fuego? –le pidió la joven, que buscaba las cerillas y no las encontraba.
--Em... no fumo, Kimmy, y si no fumo...
--...No llevas cerillas, es lógico, lo entiendo –acabó ella la frase de Jarvis.
Unos minutos más tarde llegaron algunos hermanos de George: Rose y Andy, que se juntaron con los demás. Sólo faltaba Jane Miravitlles, que residía en Paris (Francia), en donde trabajaba como corresponsal de Prensa de una importante revista americana. Casualmente el marido de ésta es un francés nacido en el Rosellón, que es la llamada asismismo Catalunya Norte, y que tiene frontera con la Catalunya española.
Andrew Vincent Miravitlles es un hombre de unos 36 años. Es el mayor de los hijos de la familia Miravitlles. Aquí apreciaremos que Joan Miravitlles prefirió ser padre a edad más bien madura, por que sus primeros años en los Estados Unidos no fueron de ganar mucho dinero, y no quería tener a sus hijos viviendo en la miseria que apreciaba en muchos amigos suyos, inmigrantes italianos ó de otros países europeos, cargados de hijos pero viviendo en unas condiciones no infrahumanas pero que les costaba horrores llegar a fin de mes con sus miserables sueldos de trabajadores explotados en trabajos que los propios americanos no querían.
Sus hermanos, Jane, con 33 años; Rose, con 28; y George es el hermano pequeño, con 25. La madre de ellos tiene ocho años menos que su marido; por eso pudo tenerlos a una edad quizá tardía y en donde hay más riesgo en un embarazo.
Las señas personales de Andy son bastante normales, como que tiene el pelo moreno, los ojos castaños, 1’75 de estatura, delgado, tirando a flaco pero sin notársele los huesos. Parece un chico atractivo, pero sin ser ningún adonis, pero claro, tampoco parece ningún Boris Karloff cuando lucía una de aquellas inolvidables caracterizaciones como el monstruo de Frankenstein.
Su hermana Rose es también morena, pero con los ojos igual que su hermano. Lleva el pelo rizado y largo, como lo llevan ahora casi todas las mujeres; pantalones vaqueros ya bastante descoloridos del uso quasi contínuo y zapatillas deportivas blancas. Al entrar allí, después de saludar a todos y hacer las presentaciones, Rose Miravitlles decidió intentar ligar con alguno de los chicos que estaban por allí, ya que había roto poco antes con su último novio. Entonces empezó a hablar con James Quentin, empleado de una hamburguesería de Manhattan, y de raza negra. A ella no le importaba demasiado el color de la piel, no era como la mayoría de los americanos, había tenido relaciones con un chico judío, sobrino de un importante rabino de Nueva York, uno de aquellos que forma parte de los llamador judíos ortodoxos, con los cuales el chico no estaba para nada de acuerdo, ó cuando ella se lo montó con un chico chino, del Chinatown neoyorkino, con el que no se entendió bien por que era más bien machista y que trataba a las mujeres con aires posesivos, casi esclavizantes. Eso sí, hablaba el inglés mejor que la mayoría de la gente del barrio, que simplemente chapurrea el idioma y hablan entre ellos en perfecto chino.
En éste plan pasaron las horas hasta que se hizo de noche, y como todos tenían que levantarse temprano para ir a sus trabajos respectivos, se marcharon poco a poco a sus casas. Pero, como ya nos hemos fijado, muchos de lo que estuvieron en la fiesta habían ligado, hasta los que quizá no debían haberlo hecho. ¿Quiénes son esos...? Ya lo sabremos...
Jarvis Delaware, aunque al salir a la calle andaba junto a su novia Judy Raines y como casi siempre estaba muy cariñoso con ella, igualmente que ella con él, pensaba a veces en... en Kimmy McFarlan. Aquí tenemos quizás un problema bastante gordo, ya que cuando estaba con Judy, Jarvis no pensaba mucho en Kimmy, quizá por que todavía sigue muy enamorado de su novia.
¿Y Judy? Curiosamente, también tenía el mismo problema. Curtis Greene también le había entrado bien en su cabeza, bien amueblada, no piensen mal. Aunque alguien sea muy lúcido, siempre pueden entrar éste tipo de pensamientos. Pero, igual que Jarvis, ella quería dejar de pensar en él, que su novio, el hombre de su vida y chorradas semejantes (ella le llama “chorradas” a frases así de cursis, según sus gustos), y ella lo describe así: “Jarvis Delaware, el chico guapísimo que está dabuten y con quien me lo monto igualmente dabuten, que tiene un cuerpazo de puto padre y un culo igual...”. Sí, esto era lo que ella pensaba para quitarse de encima tentaciones consistentes en intentar tener una aventurilla con Curtis Greene. Uno de sus habituales sarcasmos mordaces, ese humor ácido para esconder en ocasiones sus debilidades y vulnerabilidades. A ella le gusta romper moldes, pero no en lo de las relaciones amorosas: siempre ha sido ahí monógama. Sólo innova en otras facetas de la vida.
Pero llegó la noche, como dijimos antes. Casualmente, Judy y Jarvis, aunque estaban cada uno en su casa, vieron lo mismo por televisión. Pasaban la película “Hanna y sus hermanas” de Woody Allen, y les interesó sobremanera, no sólo por que el cineasta neoyorkino sea uno de sus favoritos y el que mejor sabe plasmar las relaciones humanas de los cineastas americanos actuales, sino por que se sentían, de alguna manera, identificados con lo que les ocurría a los personajes principales. Les interesaba sobre todo el interpretado por Michael Caine, el de un consejero de Finanzas casado con el personaje de Mia Farrow, a su vez divorciada del de Woody Allen por no haber podido tener hijos. La peli empieza con Elliot (Caine) enamorado perdidamente de su cuñada Lee, interpretada por Barbara Hershey. Se escucha su monólogo interior, con frases tipo “¡Dios mío, qué hermosa es! Tengo ganas de acariciarla, besarla...” Pero luego reflexionaba y, en una actitud semi-autocrítica, se echa la bronca a sí mismo y piensa: “¡Calla ya, idiota! ¡Es la hermana de tu mujer!” Lee estaba en casa de ellos por que celebraban el Día de Acción de Gracias, y entonces Elliot podía recrearse en contemplar a su cuñada, apoyado en el quicio de la puerta, y ella al fondo, hablando con la gente que había allá, sin darse ni cuenta de que se había convertido en el (oscuro) objeto de deseo de su propio cuñado. Lee convivía con Frederick (Max Von Sydow), un pintor minimalista de carácter agrio y huraño. No vino ese día con su novia a la casa de sus parientes, por que, según sus propias palabras, “Estoy en una de esas etapas de la vida en que no puedo soportar a la gente”. Bueno, ni la gente a él tampoco, dado su carácter nada simpático. Elliot fue al estudio de Frederick a pedirle unos cuadros para decorar la salita de un cantante de rock famoso, Dusty (Daniel Stern). Aprovecha Elliot que Frederick y Dusty han bajado al sótano a ver los cuadros para quedar él y ella a solas. Entonces, pese a que quiere hacerlo de manera delicada, le besa apasionadamente en la boca a ella, mientras suena de fondo el “Concierto en Fa Menor” de Johann Sebastian Bach. Ella queda desconcertada por aquello, pero tienen que posponer la discusión sobre esto, ya que aparecen de repente Frederick y Dusty, el primero cabreadísimo por que el segundo le ha pedido cuadros... para que hagan juego con el sofá de la salita de la casa que el cantante está decorando. Ello le parece denigrante al pintor, que con su peor carácter lo critica. Más tarde, hablan en la calle Elliot y Lee, para finalmente verse en días sucesivos en hoteles, a escondidas, ya que él está casado con Hanna (Mia Farrow), casada en segundas nupcias, al haberse divorciado de Mickey Saxe (Woody Allen), un neurótico obsesionado con las enfermedades y que, debido a su esperma bajo de calidad, no podía engendrarle hijos a Hanna. Ello provocó su distanciamiento y posterior divorcio.
Volviendo a Lee y Elliot, éste último llegó a prometer a ella que se separaría de su esposa, para vivir juntos. Ella había finalmente roto con Frederick, con el que ya no se llevaba bien. Además, él intuyó, sin que ella se lo dijera, que se entendía con otro. Pero pasaba el tiempo, él no se atrevía a dar el paso... Hanna, además, estaba cada vez más triste con la idea de que su matrimonio con Elliot estaba en crisis, en crisis galopante. Él, además, negó que tuviera una aventura extramatrimonial. Lee se cansó de esperar y se enamoró de un profesor de Universidad, con el que finalmente se casó.
Se darán cuenta de que no hemos citado al personaje de Woody Allen, ¿verdad? “Hanna y sus hermanas” es una película de muchos personajes en busca de amor, incluyendo el de Allen, que finalmente acaba casándose con una de las hermanas de su ex mujer, pero ocurre que Jarvis y Judy se involucraron tanto en la historia de adulterio de Elliot y su cuñada que, inconscientemente, llegaron a hacerla propia.
Sentían la tentación de conocer a otra persona, ó si la conocían, intentar liarse con ella. Judy con Curtis, Jarvis con Kimmy... Pero por suerte, no estaban en ese momento el uno con el otro, sino cada uno por su lado. En sus casas. Aunque él estaba solo ante el televisor, y Judy estaba con sus hermanos y su madre, que también seguían con atención la película. Al observar ciertas expresiones faciales extrañas de Judy, ellas creyeron que ella se tomaba demasiado en serio lo que veía en pantalla, que sólo era una película... Por supuesto, ella no quiso ni decirles lo que en realidad le pasaba por la cabeza.
Pero luego, cuando se fue a la cama a dormir –suele dormir en camisón, aunque si está con un chico y si es verano entonces duerme completamente desnuda--, volvió a acordarse del dichoso Curtis. Decide olvidarse de él, haciendo un aspaviento de desprecio hacía un imaginario interlocutor, y apagó la luz para dormir.
Pero esa noche ella soñó algo nada normal, por lo menos desde que es la novia de Jarvis: soñar que tenía relaciones sexuales con otro hombre, ésta vez Curtis Greene. Y se lo imaginó todo como cuando sueña con su novio, y es que Curtis está sentado en una silla. Entonces, Judy, a su lado, y suavemente le desabrocha los botones de su camisa, uno a uno. Cuando ya le ha desabrochado el último, ella empieza a hacerle caricias suaves por todo el pecho, de arriba abajo, de abajo arriba, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, en diagonal... Con una suavidad y cadenciosidad arrebatadores. Luego le puso las manos a ambos lados de su cabeza y se dieron un apasionado beso, con lengua incluída. Como en muchas ocasiones, Judy llevaba la iniciativa, Curtis estaba en posición totalmente pasiva, contento de ello. Se dejaba hacer. En la mayoría del tiempo, él dejaba sus brazos caídos, pero al besarse, ya los utilizó para acariciar la nuca de Judy y recorrer con las manos la espalda de ella, culo incluido. Ella también le acariciaba la espalda y el culo sin parar.
Continuó el sueño con que ella volvía al pecho de Curtis, repartiendo besos por ahí, y al llegar a los pezones, suavemente los lamía con la lengua. Curtis empezó a jadear suavemente. Poco a poco, seguidamente, le empezó a quitar la ropa hasta dejarlo sólo en calzoncillos. Ella le pidió que se pusiera de pie. Él obedeció. Ella le bajó los calzoncillos hasta los tobillos. Él levantó los pies, y los calzoncillos se quedaron por el suelo. Judy se agachó hasta llegar a la entrepierna de Curtis, y huelga comentar lo que ocurría acto seguido. Después de dos minutos, ella puso las manos de él en sus pechos, y luego continuaba con que él le quitaba la ropa hasta dejarla desnuda. El final, como en cualquier tipo de sueños de éste calibre: hicieron el amor.
Judy se despertó algo extraña, con un poco de dolor de cabeza, como si hubiera hecho el amor de verdad. Ella había disfrutado bastante con el sueño de marras, sí, pero se hallaba muy incómoda. ¿Tendría finalmente que elegir a uno de los dos, a Jarvis ó a Curtis? No sabía qué hacer...
Se levantó para ir a desayunar a la cocina. Allí estaban sus padres y su hermana. Apenas podía disimular su mal humor, con un ceño fruncido que se podía vislumbrar a siete kilómetros. Ellos se dieron cuenta.
--Judy, maja, ¿te duele la cabeza? Tienes mala cara –dijo su padre.
--Uf... sí, Papá, no he tenido una buena noche.
Mientras padre e hija hablaban, Kathy puso cara de sospechar algo.
--Algo debe de tener ésta. Debe de pasarlo mal con su chico... –pensó.
Luego, al acabar de desayunar, Judy se preparó para ir al trabajo e intentar olvidarse de tan fastidioso sueño. Fastidioso en lo referente a insinuar un posible adulterio con otro, el traicionar a Jarvis.
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TODO ACABARÁ BIEN... SI FUESE BIEN (Capítulo 13)
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