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dimarts, 5 de juliol del 2011

TODO ACABARÁ BIEN... SI FUESE BIEN(Capítulo 11)







CAPÍTULO XI






Al día siguiente, antes de las tres de la tarde, todos fueron al Aeropuerto de El Prat de Llobregat para coger el avión de vuelta a Nueva York, que llegó al Aeropuerto John F. Kennedy alrededor de nueve horas después. Al llegar, aun no se orientaban con el cambio de horario, que en Nueva York es seis horas menos que en Barcelona. Sería el famoso “jet-lag”, opinaron.
Tenían algo de sueño, y ganas de irse a roncar y a dormir, como decía Artie.
Cada uno se durmió como quiso, después de la medianoche, hora de Nueva York, claro. Aun no había ninguno de ellos deshecho el voluminoso equiopaje, que cada uno portaba para tantos días de estancia allí, aparte los regalos, ropa y demás comprados en Barcelona e Ibiza. No sabemos si alguno/a aprovechó para hacer el amor antes de dormirse, pero eso ahora no nos interesa.
Al día siguiente, y aun con cierta descoordinación al no estar de nuevo habituados del todo al horario neoyorkino, se levantaron todos un poco tarde, y aprovecharon para acercarse a los sitios en donde trabajan, para poco a poco volver a acostumbrarse a ellos.
Por ejemplo, Arthur se fue a ver a un amigo productor, para ver si tenía un papel para él, alguno que fuera medianamente interesante. Llegó al edificio en donde estaba la misma, en la Ninth Avenue (Novena Avenida), bastante curioso, pero lo que nos interesa no es eso, sino lo que le dirán a él. El productor aquel, que era uno de los considerados “independientes”, es decir, que no forma parte de las “majors” de Hollywood, se llamaba Bobby Kimball. Tenía 49 años y portaba una peluca morena para taparse una calvicie prematura.
Al sentarse, Arthur cogió un cigarro pequeño que le ofrecía Bobby Kimball, dijo “gracias” y lo encendió, soltando el humo por los agujeros de la nariz. Luego, el actor no pudo evitar el soltar algun bostezo, recordándonos otra vez la hora, el cambio de hora.
--¿Tienes sueño? –le preguntó Kimball.
--Sí, Bobby. Hasta que no me acostumbre de nuevo al horario de aquí, esto será una mierda.
Kimball rió.
--Bien, Artie... –dijo después—Tengo un papel para ti, que podría parecerse a los personajes masculinos de las películas de tu novia.
--Ah, muy bien, Bobby. Pero espero que no será cualquier tontería, ¿no? Que una cosa es imitar lo que hace Winnie, y otra...
--Creo que no, tío. La película la dirigirá una mujer, una chica guapísima y con mucho talento, que se llama Martha McCluskey. Tu papel es el de un cómico que trabaja en un modesto teatro de variedades en Milwaukee, Wisconsin... Claro que la única dificultad del papel es que tendrás que hablar con acento de allí, nada de ese acento neoyorkino que tienes.
--¿Con acento de Milwaukee? ¿Te has creído que soy Robert De Niro, por que soy italoamericano, como él?
--¡Ja, ja...! –rió el productor--. No, Artie. Bobby De Niro es inimitable; no te preocupes, que ya sé cómo te lo montas... ¿Verdad que sabes imitar ese acento?
--No. Sé imitar el de California, el de los italianos de Sicilia, el ruso, el alemán, el francés, el catalán...
--¿Sicilia? ¿Tu familia es siciliana?
--Oh, no, sólo los parientes un poco lejanos. Mi familia es del Norte de Italia, de Milán. Estoy harto de oír a mi padre diciendo que si no hubiera sido tan pobre le hubiera gustado ver óperas en la Scala. ¡Qué rollos nos metió, el tío!
--Bien, pero, por favor, no nos hables ahora de tu familia –le suplicó Kimball--. Volvamos a lo de los acentos: ¿cuáles decías que te sabes...?
--Em... –intentaba acordarse Arthur de lo dicho anteriormente--. Oye, no me vaciles...
--Ahora estamos hablando de cine, Artie. Bien, ¿te dejo el guión y te lo lees en tu casa, ó prefieres que te dé otro papel?
--No, tranquilo, Bob. Dame ese guión y le echaré un vistazo en casa. Si me interesa, ya veremos si hago la película. Ah, ¿cómo se llama el guionista?
--Una mujer, una de esas guionistas nuevas, que ha hecho guiones para series de televisión y películas.
--¿Feminista...?


--No lo sé ahora, Artie. Además, ¿qué más da? Una mujer, en cierto modo, es feminista. No me vengas ahora con ese machismo que en el fondo tenéis todos los italianos. De todas maneras, lo que cuenta ella no es tan exagerado como algunas feministas radicales.
--Depende, Bob, depende... Yo he leído muchos guiones escritos por guionistas feministas, y no les hacía falta exagerar para mostrar lo que había...
--Oh, no me sueltes un rollo como los que suelta tu novia –suplicó Kimball, en broma, aunque sabía que no tenía ninguna gracia, ya que Arthur no movió ningún músculo de la cara.
Más tarde, Arthur volvió a su casa, con una copia del guión de la película bajo el brazo, envuelto en un sobre grande, en el cual iba escrito, en letras grandes, “Guión de la película ‘’CÓMICOS DE MILWAUKEE’’ –TÍTULO PROVISIONAL--. ESCRITO POR MAGGIE FONTEVECCHIA”.
Winnie le recibió, dándole un beso en la boca.
--Hola, cariño. ¿De dónde vienes?
--Nada, tesoro. He visto a Bobby Kimball, a ver si me podía dar algún papel.
--¿Y te lo ha dado?
--Em, me ha dado un guión, para que lo lea. Bien, la película ésta quizá la dirigirá una mujer, como tú.
--Ah, dabuten –sonrió la morena, que ya empezaba a decir cosas en lenguaje coloquial, como su amiga Judy Raines--. ¿Quién es? ¿La conozco?
--No sé si la conoces, cariño. Se llama Martha McCluskey, una de esas directoras nuevas, como tú. La película tratará de unos cómicos de Milwaukee, Wisconsin... y yo tengo que hacer de uno de ellos.
--¿Ah, sí...? –se maravilló Winnie.
--Sí, Winnie. Claro que tendré que hablar con acento de allí, de Milwaukee.
--¿Sabes imitarlo?
--No. Tendré que practicarlo. Ya sabes los acentos que sé imitar, “chérie américaine” –dijo ahora, imitando un casi correcto acento francés parisino--. Hasta sé imitar el acento catalán, “que sembla un català de soca i arrel” –ahora imita el acento catalán, como si fuera Jordi Pujol--. Pero el acento de Milwaukee... Tendré que practicarlo.
Mientras tanto, Kathy Raines, en su casa, escuchaba una cinta de cassette, una de las que le regalaron en Barcelona, de canciones cantadas en catalán. La escuchaba en su habitación.
Parecía gustarle mucho, pues coreaba las letras, con el mismo entusiasmo que cuando canta las canciones con su grupo de rock’n’roll. Ahora oía una canción de Sopa de Cabra. Estaba sentada, casi tumbada, sobre su cama, descalza, con los pies rozando la almohada. E igual que otras veces dejaba la puerta de la habitación abierta. Por ella veía pasar a sus parientes, a su novio... a cualquier persona. Tommy Lynch había salido un momento para comprarse unas cosillas de comer en alguna hamburguesería. Pero sin que ella le hubiese oído, Tommy regresó de la calle, y andando de puntillas se acercaba a la habitación de su novia.
Al llegar casi a la puerta, ya rozándola, dio un salto y pegó un grito como si fuera un monstruo de las películas de terror.
--¡AAAAARGH! –hacía aquella inefable expresión sacando la lengua, frunciendo el ceño, bizqueando los ojos y demás chorradas hechas al mismo tiempo. Kathy se asustó, pegó un grito, pero no mucho, aunque pareciese mentira.
--¡Gamberro...! –gruñó seguidamente ella, muy enfadada. Súbitamente se levantó de la cama, y dando un salto espectacular, se dejó caer sobre él, quedando sorprendido.
--¡Eeeeeey...! ¿Qué haces...? –gritó, ahora él era el asustado. No se lo esperaba para nada.
--Oh, Tommy, guapísimo, ¿quieres jugar, eh? Qué mierda eres, ¿verdad? –decía Kathy, agarrándolo y rodeándolo con los brazos, colocada encima de él y hablando con una ironía nada disimulada.
Así, se dieron un morreo y todo, en el sitio de siempre, ya saben... Y con la lengua, más de lo habitual.
Y cerca de allí estaba Ralphie, el hermano varón de Judy y Kathy. Miraba un montón de papeles.
--¿Quién será el gilipollas que me dijo que las acciones de la compañía Petroneva, del Estado de Nevada, subirían como el cohete que fue a la Luna con Neil Armstrong? ¡Lo que han hecho es bajar como un meteorito caído del espacio exterior! ¡Gilipollas!
En aquel momento, entraba su madre, Mallory.
--¿Qué te pasa, hijo? –advirtió el nerviosismo de Ralphie.
--Una tragedia, Mamá. Las acciones de la compañía Petroneva han bajado cincuenta enteros.
--¿Y qué?
--¿Y qué...? ¡Yo soy el responsable, Mamá, de ésta debacle! ¿Te acuerdas de que Papá me pidió que invirtiera el 15 % de sus ahorros en éstas acciones?
Ralphie sudaba mientras hablaba. Su madre, como no entendía mucho de aquel embrollo que tiene que ver con acciones, beneficios y demás, no parecía estar preocupada, pero al oír que por la caída de esas acciones podrían peligrar los ahorros de su marido, y por tanto los ahorros de la familia Raines, sospechaba que algo grave podía suceder.
--Eh, Ralphie –dijo ella--, no entiendo mucho de esto, pero ¿quieres decir que estamos arruinados?
--No, no, Mamá, no estamos arruinados, pero... ¡pero, así y todo, hemos perdido tres mil dólares! ¡Ay, Dios, qué nervios tengo! –decía, mordiéndose las uñas--. ¡Creo que un día de estos acabaré suicidándome!
--¡Hey, gilipollas, no digas eso ni en broma! –gruñó Mallory Raines, enfadada por oír decir a su hijo algo tan horrible como aquello.
--Lo siento, Mamá, pero a veces estoy tan jodido... –se excusó Ralphie.
Madre e hijo discutían y charlaban, pero Ralphie era de los tres hijos de la familia el que más problemas le daba a Mallory, por que de vez en cuando él, que era a veces bastante neurótico, tenía manías tremendas. Y ahora mismo, en la sociedad moderna de todo el mundo hay problemas así, por ejemplo, en la estadounidense, para lo que no hace falta ser ejecutivo ni un “yuppie” para acabar neurótico del todo. La ciudad de Nueva York tiene muchos problemas derivados de esto. Muchos médicos y psiquiatras han hablado de esto, haciendo juicios a veces muy pesimistas. No queremos exagerar, pues siempre sale algún mentiroso, algún demagogo ó bien alguno que exagera y frivoliza demasiado sobre un tema tan preocupante, pero...
...Pero esto puede preocupar a cualquiera. Y en Nueva York, igual que en las demás grandes ciudades del país, los psiquiatras pueden contarnos cosas alucinantes, más aun que las que contaría Woody Allen, que se ha convertido en un cliente fijo de cualquiera de ellos.
Ralphie, entre sus manías, tiene ésta: le agrada bastante rozar con los dedos índice y pulgar una hoja de papel, haciendo ruido, algo así como “frrrr, frrrr, frrrr”, al rozarlo. Siempre lo hace cuando no hay nadie cerca, si él está totalmente solo. Cuando lo hace es cuando lee un periódico, un libro, etc. Y no quiere que nadie le vea, quizá por que sabe que esto molesta, que no es un ruido agradable de oír. Pero no puede evitar el hacerlo.
Él no tiene la misma opinión política que sus hermanas Kathy y Judy, y él tiene cierta simpatía por aquel político con gafas y cierto parecido a un perrito que todo el mundo de los años ’90 conocía muy bien. Ya hablaremos de él luego.
Después de haber charlado con su madre y disculparse ésta con cosas tipo “es que soy un poco plasta”, Ralphie se fue a la salita, donde estaban Judy, Jarvis, Tommy, Kathy y el padre de las hermanas, Ralph (se llama igual que él hijo, aunque éste se hace llamar con el diminutivo, como le llaman familiarmente sus parientes). Bien, Ralph senior (en los Estados Unidos se llama así a los padres, sobre todo si los hijos se llaman igual) es un señor con el mismo físico que el hijo, aunque con más años encima, con barba recortada, alguna cana en el pelo y algunas arrugas. Le gustaba fumar con pipa, pero como el médico le había recomendado no abusar de l tabaco, no estaba mucho tiempo con ella. Y ahora la fumaba, mientras él, sus hijas y los novios de éstas veían por la televisión un episodio de la serie “Los Simpson”, que ya dijimos que es una de las favoritas de Judy. A Ralphie, en cambio, no le agradaba mucho, quizá por que él, desde el momento en que se hizo “yuppie”, no le gusta, ya que en esa serie se hacen críticas contra los ricos (la familia Simpson es de clase media-baja), sobre todo cuando saca las diferencias de los lavabos para los obreros y para los altos directivos de la central nuclear en donde trabaja Homer Simpson: los primeros están en un estado lamentable y casi en ruinas, mientras los otros eran de superlujo, casi parecía aquello un palacio, con el añadido de cascadas artificiales y sirvientes vestidos de librea tocando el violín... Digamos que parecía un palacio, al lado del cual las lujosísimas mansiones de Beverly Hills (Hollywood) quedaban como una de aquellas míseras favelas de las grandes ciudades del Brasil. Pero a los demás les molaba lo que veían en la serie. No puede evitarlo Ralphie, al comentar:
--¡Buf...! –soltó un resoplido--. ¿Qué chorrada hacen ahora los Simpson esos?
--¡Petimetre! –dijo Kathy--. Por no decirte algo más gordo... No hacen chorradas; hoy hacen una parodia de “Ciudadano Kane”. Anda, cállate y siéntate a verla, ó si no, lárgate.
--¡Bien, bien, vaya putada! ¡Me voy! –dijo Ralphie, marchándose.
Ralph padre aspiró el humo de su pipa y comentó:
--Ralphie cada día piensa como si fuera Ronald Reagan.
--¿Y qué piensa...? –preguntó Tommy.
--¡Nada! Si no tiene cerebro, ¿qué iba a pensar? –bromeó Ralph. Y se rieron los dos a la vez.
Más tarde, Jarvis se despidió en la puerta de la casa para irse a la suya. Se despidió de Judy con el morreo habitual.
--¿Cuándo dices que volverás a tu trabajo? –preguntó él.
--El Martes, la semana que viene... el día 3 de Septiembre. El día 2, Lunes, no hay trabajo –contestó ella.
--Claro, es la Fiesta del Trabajo... ó el Día del Trabajo. ¿Se dice así? –dudaba él.
--Sí, tío; anda, vete ya a tu casa, que ya nos veremos mañana para salir otra vez juntos.
--Si no nos ocurre antes alguna tragedia...
Y se despidieron. Esto del Día del Trabajo es una fiesta que hay en los Estados Unidos todos los primeros Lunes de Septiembre, y claro, no hay mucha gente que trabaje entonces. Bien, ahora pasamos a ver otra vez qué cosas le preocupan a Ralphie, que ya que conocemos muy bien a los demás, vamos a conocer mejor a éste tío. Ahora ó después...