CAPÍTULO IV
Ahora, ella se acuerda de todo esto, y como en la televisión, hace una pausa de sus recuerdos, no para poner publicidad, sino para suspirar.
Un suspiro romántico, quizás. Ella sabe que esto es algo cursi, ella siempre ha odiado al menos lo más cursi, pero justo en ese momento ella lo sentía así.
Pero la cosa se acabó cuatro años después por una tragedia personal del chico. La dejó hundida a la pobre Meritxell.
Meritxell se acordaba de una amiga que había tenido un novio, con el que rompió, estuvo mucho tiempo sin saber nada de él, y de repente, supo por casualidad que él estaba muerto dos meses antes por culpa de un ataque cerebral. Este es uno de esos fracasos que mencionamos y analizamos en esta novela, el fracaso de una relación amorosa y la marcha de uno de ellos fuera de la casa común. En este caso, era él quien se había marchado, quien había finalizado.
También la amiga estaba destrozada por aquella ruptura y aquella muerte. Aunque la Meritxell aún tenía suerte de que el amigo y ex novio todavía estaba vivo...
Pero decidió animarse, no valía la pena deprimirse, al menos era lo que pensaba entonces.
Decidió acordarse nuevamente de aquel chico, lo que había dicho antes, al menos acordarse de lo mejor que tuvieron a lo largo de su relación amorosa.
Y le venían a la cabeza algunas de las muchas sesiones de cama que tuvieron. Que, de haber sido grabadas en vídeo, serían perfectas para una película porno, aunque más reales y no tan exageradas como son casi siempre este tipo de películas.
Como siempre, decidió que, después de acordarse de aquello, tenía que cambiar el chip y pensar en otra cosa. Sobrevivir.
Y como a menudo utilizaba películas para animarse, algunas escenas bien conocidas por eso, ahora tenía la mente en blanco, no sabía nada de cómo lo podría utilizar...
La mente en blanco...
No era por su culpa, sino porque los recursos que utilizas para salir de algún momento malo, al igual que los clásicos remedios de la abuela, no siempre sirven.
No, no era ese momento para utilizar las películas. Quizás la última escena del "8 ½" de Fellini, le vino justo en la cabeza al hacer esta última reflexión, pero hacía falta escenas nuevas, todo se tiene que renovar.
Pero la mente de Meritxell, siempre inquieta, encontró otro recurso: como buena admiradora de la cultura francesa, se acordó de Georges Brassens, aquel gran cantautor con canciones irónicas y tiernas a la vez.
Buscó alguno de los CDs de música (e incluso alguna de aquellas antiguas cintas de cassette) con canciones de Brassens, para escuchar alguna, cualquiera, la primera que encontrara.
Pero se encontró ante todo con un CD de Gustav Mahler, su Quinta Sinfonía, y aunque quería sentir algo más alegre, decidió rápidamente sentir a Mahler, de aquella maravillosa Quinta Sinfonía, una música lenta, suave y majestuosa, pero muy, muy triste.
Ya no importaba lo de la tristeza para ella. Si no puedes con la tristeza, venga, únete a ella. Puso en marcha el equipo compacto y sintió, desde el comienzo hasta el final, la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler. Ya la había oído en la película "Muerte en Venecia" de Luchino Visconti, leitmotiv de la misma.
Y se imaginaba a sí misma en la cubierta de aquel barco que llevaba hacia Venecia al malogrado protagonista, aunque ella no acabaría enamorada de una chica con aspecto de querubín, como le pasaba al protagonista con Tadzio y su aspecto de no haber roto nunca un plato.
Y si tenía que llegar la muerte, como a él... pues, pensó ella, que sea pronto.
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