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dimarts, 5 de juliol del 2011

TODO ACABARÁ BIEN... SI FUESE BIEN (Capítulo XII)





CAPÍTULO XII



Un día por la mañana –ya estamos a finales de Septiembre--, acababa de llegar a casa de los Raines una mujer joven de unos 26 años, llamada Lorraine McCorkindale, prima de los hijos y sobrina de los padres. Estaba embarazada y llegaba ya con la barriga de tamaño considerable. Era de unos cinco meses, pero parecía que el crío que fuera a llegar fuera de tamaño XXL, como se dice ahora. Como decía ella misma a veces bromeando, parecía que llevara un neumático de un coche de carreras.
Ralphie se sentó al lado de su prima, la cual parecía no tener mejor tema de conversación que su embarazo, que nombre tendría su hijo ó hija, qué ropa quiere que lleve... bien, Ralphie, al mirar de reojo al vientre hinchado de Lorraine, puso una mueca de desagrado, que intentó disimular como pudo, quizá por que se imaginaba lo que tendría que aguantar cada mujer que acabase así, con el vientre hinchado, que durante nueve meses tiene que sentir cómo aquello se le va haciendo cada vez más grande, que no sabe si aquello acabará algún día ó acabará estallando como un globo de niño con demasiado aire en su interior... Y así hasta que el crío se cansara de estar ahí dentro, que debe de ser muy estrecho e incómodo, y salir afuera, en donde se está más cómodo. Claro que en el momento del parto ella sentirá unos dolores muy fuertes, quizá como las torturas, físicas ó psicológicas, que sentía un prisionero en un campo de concentración nazi, como Auschwitz, Treblinka u otro peor, y luego acaba por nacer el bebé... y como Ralphie tenía un principio de úlcera de estómago, la cosa era bastante peor. No sabemos por qué, pero él siempre ha tenido esa misma sensación al sentarse al lado de cualquier mujer embarazada, aunque fuera su madre.
Cuando Lorraine McCorkindale le preguntó a Judy y a Kathy si ellas querrían alguna vez tener niños, ellas contestaron, sin mucho entusiasmo:
--No me apetece por ahora, prima –contestó Judy, como si le hablasen de naves espaciales, algo que ella ignora por completo, al menos el complejo funcionamiento de ellas--. Si ya me jode mucho tener la regla, ¿no me va a joder igual el pasarme nueve meses con una barriga que pareceré el tambr de la Orquesta Sinfónica de Chicago, aquí delante, bajo las tetas, y luego, cuando nazca el bebé, voy a sentir más dolor que si se me cayera encima de los pies el primo Jerry, aquel que es más gordo que Pavarotti? Quizá otro día, maja, por que no todas las mujeres tenemos el mismo instinto maternal que tienes tú, lo siento.
Lorraine se quedó con la boca abierta por el monólogo de su prima, y su madre también. Kathy no abrió la boca como las otras, quizá por que tenía las mismas ideas que su hermanita. Y es algo más discreta.
--Perdona, hija –dijo Mallory, que no estaba de acuerdo con Judy--, pero me parece que exageras. Tener un hijo es algo muy bonito.
--Sí, ya lo sé –le interrumpió la rubia--. Es que yo no estoy todavía preparada para tener hijos... si vosotras podeis, pues dabuten.
--¿Dabuten...? ¿Qué significa eso? –Lorraine no conocía el lenguaje coloquial de Nueva York, ya que ella reside en Monroe, Louisiana.
--Nada –dijo Judy--. Quiere decir algo así que está de puta madre... hey, perdóname, Lorraine; que eso de la “puta madre” no va por ti.
Se había equivocado al decir la frase, claro, y aquello de “puta madre” escandalizó un poco a Lorraine, que vivía con una familia de ideas derechistas y que no aguantaba bien desparpajos en el hablar como el de su prima.
Mallory intentaba disimular, pero seguro que deseaba darle a su hija una patada en el culo por haber soltado aquellas cosas tan estúpidas, pero la quería demasiado para hacer eso. Ah, Kathy dijo cosas bien diferentes para no joder aun más el ambiente.
Más tarde, Judy se fue a su habitación y se puso en el radio-cassette una canción que tenía que ver bastante con el tema del embarazo: era de Pedro Almodóvar, el director de cine español, que también había sido cantante años atrás, en sus comienzos de cineasta, durante la época de la famosa y legendaria “movida” madrileña, con unos chicos que parecían también algo... ¿maricas? Quizás sí. No lo sabemos muy bien... Se llamaba el conjunto “Almodóvar y McNamara”.
Bien, la canción en cuestión se titula “Voy a ser mamá”, y con unos arreglos musicales algo chapuceros, que desafinaba bastante para un oído más acostumbrado a músicas más “elegantes”, como los que gustan de escuchar a Luciano Pavarotti cantando arias operísticas como “La donna e’ mobile” de “Rigoletto” de Verdi. Bien, la canción que nos ocupa se cachondeaba mucho de las madres. Como Judy había puesto la canción con un volumen muy alto, Mallory entró en la habitación para protestar.
--¿Qué haces ahora, con tanto ruido?
--Nada, Mamá, escuchaba esto –señaló el radio-cassette, y para oír mejor a su madre, bajo hasta la mitad el volumen.
--¿Qué coño te pasa, Judy? ¿Te tenías que hacer la graciosa con tu prima? ¡Menudo numerito montaste, con tu chistecito de la “puta madre”! ¿Iba con segundas eso, al hablarle así a Lorraine?
--Perdona, Mamá, lo siento –contestó Judy, aunque lo hizo con una enorme expresión de indiferencia--. Ya sabes que por ahora no me interesa tener hijos. No estoy aun preparada.
--Te comprendo, Judy, pero no debes burlarte de las mujeres que sí queremos tenerlos. Menos mal que Lorraine conoce muy bien y no te guardará ningún rencor. Pero por si acaso ves a hablar un poco con ella, para quedar bien.
--¡Oh, Mamá! ¿Ahora...? –parecía que aquello jodía bastante a la chica, como una obligación y humillación al mismo tiempo, tener que pedir perdón a otra persona y darle al mismo tiempo la promesa de que no lo hará más, que será una chica buena desde ahora.
--¡Sí, ahora! –insistió su madre, casi gritando--. Ya sabes cómo son los parientes de ella, que siempre han sido algo “fachas”... y se pensarán que tu padre y yo te hemos educado mal, para darnos la lata por ello.
--Joder, Mamá, ya sabes cómo son las gentes del Sur, son muy “puretas”.
--¡Cállate ya, cojones! ¡Siempre lo mismo! –Mallory estaba harta. Ah, Judy –de repente cambió de tema--, ¿qué canción es esa que estás escuchando?
--Es una canción de Almodóvar, ese director de cine español, que también ha cantado con un conjunto de Madrid.
--Huy, pues suena como si se les hubiera estropeado la lavadora –opinó la madre, al notar que la canción sonaba como tocada de manera chapucera, tosca y un tanto ordinaria--. No sé cómo a los jóvenes os puede gustar esas mierdas.
En aquel momento, Lorraine McCorkindale asomó la cabeza por la puerta. Preguntó:
--¿Puedo pasar...?
--Hey, sí, Lorraine, claro que puedes pasar –contestó Mallory, acercándose a la chica preñada, como si quisiera ayudarle a entrar a la habitación, cual que si aquello fuese un sitio infranqueable--. Ten cuidado.
--Tía Mallory, que no soy una niña. Sé cuidarme sola –replicó de forma muy suave Lorraine, aunque sin poder apenas disimular que estaba algo ofendida. ¡Ni que al estar embarazada estuviera al mismo tiempo como paralítica!
--Eh, perdona. Las madres, cuando vemos a una mujer embarazada, siempre exageramos –se disculpó Mallory.

--Te comprendo, tía Mallory –respondió su sobrina, educada--. Bien, ¿vais a estar aquí ó nos vamos a la salita...? Ah, ¿qué es ese ruido? –dijo de repente, al sentir la música que Judy estaba escuchando en su radio-cassette, cuya canción aun perduraba.
Judy frunció un poco el ceño, por que no le gustaba mucho que su prima llamase “ruido” a aquella música de Almodóvar y McNamara, que ya acababa la canción “Voy a ser mamá” y seguidamente atacaban otra, titulada “Gran ganga”, con unos arreglos aun más chapuceros que la anterior. Era una de las canciones más famosas de la época de la “movida” madrileña, acaecida sobre todo entre finales de los años ’70 y mediados de los ’80, cuando el cineasta manchego hacía sus primeras películas, como “Laberinto de pasiones”, que ya se estrenó en los cines estadounidenses casi al mismo tiempo que “Mujeres al borde de un ataque de nervios” –quizás su película más exitosa en el país de Abraham Lincoln y que le dio definitivamente a conocer--, y “¡Átame!”, aunque ésta estuvo rodeada de cierta polémica, que Almodóvar solucionó de manera eficaz. Ya lo sabrán todos: la película fue clasificada “X” por la censura americana, pese a que no es ninguna película porno, y Almodóvar hizo por su cuenta una campaña en los Estados Unidos contra ésta estúpida calificación. La gente de Hollywood le apoyó, y finalmente la censura americana, presionada por todos lados, decidió suprimir esa calificación e inventarse una nueva, la “NC-17”, que ya no marca tanto como la infamante “X”, aunque no deja de ser estigmatizante para la película que tenga dicha calificación.
--No es ruido, Lorraine –dijo Judy a su prima, disimulando muy bien su irritación por llamar así a aquella música--. Sé que éste chico toca la música como en plan ratonero, pero tampoco hay que exagerar.
--¿Quién es? ¿Algun cantante de salsa sudamericano? –preguntó Lorraine, que aunque no hablaba nada de español, se dio cuenta de que la canción estaba cantada en ésta lengua.
--No, prima –contestó Judy, como de manera solemne, e hizo la presentación--: éste es el gran director de cine español Pedro Almodóvar, que hace años también era cantante.
--¿Almodóvar? –frunció el ceño la sureña, como si le hablasen del mismísimo Diablo--. ¿Ese indecente que trajo aquí una asquerosa e inmoral película suya y que encima se atrevió a incitarnos a los americanos a rebelarnos contra nuestras propias Leyes?
Judy pensó, frunciendo también el ceño, que su prima ya empezaba con el infumable discurso moralista que les había soltado muchas veces, y que ella tuvo que tragarse con mucha fuerza de voluntad.
--Em, sí, es él, pero... olvidémonos de esto, por favor –prefirió cortar por lo sano, pasar a otro tema y, por si acaso, apagó el radio-cassette. Ya lo seguiría escuchando en cuando Lorraine estuviera bien lejos, por Manchuria, si era posible.
Los rasgos físicos de Lorraine eran bastante corrientes: pelo y ojos castaños, ropa más bien aburrida y sin imaginación, rostro corriente, sin nada especial, aunque agradable de ver, y un físico también agradable, pero sin que sea despampanante, ahora algo alterado por su embarazo. Vive en Monroe, Louisiana. La familia Raines tiene parientes repartidos por todo el país, además de otros países alrededor del globo terráqueo.
Si Judy tiene problemas con sus parientes y no consigue caerles bien, Jarvis tiene un problema parecido, y que es sobre todo con su padre, que provocó que su hermana Murphy tuviera que irse de allí e irse a vivir a Los Ángeles, muy lejos de la casa familiar, por tener ideas políticas y valores morales muy diferentes a los de su progenitor. Ella es demócrata y él republicano. Aunque con el paso de los años parece que todo se ha tranquilizado más entre ellos, ya que cada vez que ella visita la casa familiar no discuten nunca, con Jarvis no pasa lo mismo.
¿Se acuerdan de la chica francesa, Valérie Chévenement, que fue su anterior novia? Pues cuando la presentó a su familia, mientras que a Murphy y a la madre les cayó bien, al padre no (decía que le parecía demasiado liberal, por ejemplo), y hubo de pasar algun tiempo hasta que la francesita (como la llamaba despectivamente) le cayó bien. Con Judy pasó lo mismo. En aquella ocasión, el padre dijo lacónicamente, al verla por primera vez:
--Jarvis, ¿quién es ésta niña?
Jarvis no sabía muy bien si aquello era una especie de halago encubierto ó un insulto hacía su chica.
Él era el hermano menor, y Murphy, la mayor. Jarvis siempre quiso, en el buen sentido de la palabra si hablamos de relación entre hermanos, a su hermana. Ella siempre fue una especie de maestra en la vida para él, aunque ella le pedía y pedía que fuera más mesurado.
--Para mí es un honor, tío, eso de que te fijes en lo que yo hago para llevar bien tu vida, pero no soy ninguna diosa. Déjame tranquila, por favor –le rogó ella, tratando de no ser demasiado dura, ya que él le caía asimismo muy bien y que lo adoraba.
Veamos ahora cómo es Murphy Delaware. Ya sabemos que ella es una feminista que creció en Albany, en donde la vida es bastante diferente a la de la “Big Apple” (Gran Manzana), denominación de Nueva York, sobre todo hacía muchos años. Ahora ya está más cambiada, y además de ser la capital del Estado de Nueva York –en los Estados Unidos, la mayoría de los Estados tienen sus capitales en ciudades pequeñas, para no saturar las grandes ciudades con lo de ser capitales de Estado-- tiene una Universidad. Pero lo que más nos interesa ahora es la vida de los Delaware.
Murphy es una chica morena, ojos verdes, vegetariana –si sabemos que es un poco progre, aunque no como se entendía esto en los años sesenta--, feminista y simpatizante del Partido Demócrata. No se hizo militante de dicho partido por que no veía muy bien a los políticos y quería montárselo todo por ella misma. Pero esto le importaba un pepino a su padre, Vincent Delaware, que era un fanático del Partido Republicano y demasiado tradicionalista, que se enfadó mucho cuando se enteró de la militancia de su hija.
A ella no le gustaba aquella actitud del padre y decidió irse de casa. Ya le contó Jarvis a Judy que Murphy se fue a Los Ángeles, con un amigo suyo, locutor deportivo, llamado Walter Caproni, de una emisora de radio en la ciudad californiana. Ella trabaja allí como médico en un hospital, después de pasar con éxito sus estudios de Medicina.
De eso hablaremos luego, quizás. Veamos ahora cómo ha cambiado Vincent Delaware desde antes de que ella se pirara de allí y ahora mismo.
Cuando Murphy aun residía en aquella casa, Vincent decía a su esposa Louise:
--Louise, Murphy me ha dicho que quiere ser médico...
--Ah, muy bien –contestó ella lacónicamente y con una sonrisa en la cara.
--¿Muy bien, dices...? –aunque él hablaba tranquilo, se le veía que estaba enfadado--. Yo dije que ella se casaría con un chico de buena familia como Phil Bruster, un chico decente y...
--Oh, Vinnie, ya te he oído eso diecisiete millones de veces. Ya me lo sé de memoria –le interrumpió Louise Delaware, nombre de soltera: Wimbury.
Aquello pareció fastidiarle algo a Vincent Delaware.
--¡No te me rías en la cara, coño! –gruñó--. ¡Jarvis y tú también me haceis siempre la puñeta! ¡No me extraña que nuestro amado país esté jodido por todos lados! ¡Aunque tenemos a Reagan, que es un santo, no se puede hacer mucho por que todo lo han jodido esos comunistas de mierda que...!
--¿Y tú eres el que va todos los días a la Iglesia Metodista y quieres aparecer ante todos y sobre todo ante el Reverendo Andrews como el más decente de todos? –preguntó Louise con firmeza, ya que no concebía que él, precisamente él, que presumía de decente y menospreciaba a los demás aunque fueran igual de decentes, soltara tantos tacos al hablar.
Él, claro, se enfadó un poco con ella por lo que parecía ser un desafío a su autoridad, ó al menos, a su presunta infalibilidad. Pero cualquiera se daría cuenta de que aquello era un poco absurdo y que... bien, dejémoslo. Volvamos con Murphy: su padre la llevó a un colegio de niñas cuando aun era pequeña. No sabemos si aquel colegio era, como ella decía de mayor al recordarlo, “una chorrada”, pero no le gustaba mucho. Se le notaba sólo en la expresión al hablar de ello.
No mostraremos la escena en la que Murphy le dijo a su padre que quería irse de pasa y pirarse con un amigo suyo por que ya se la imaginarán todos ustedes, y era bastante tópica.
Pero les contaremos que, al pasar bastante tiempo, Vincent Delaware aceptó que su hija fuese como ella quería, que tendría que esperar mucho tiempo para tener nietos (ella aun no tenía muchas ganas de ser madre, y Jarvis tampoco parecía interesado en el tema, sobre todo por que no quería casarse), que no... bien, dejémoslo. Más adelante quizá volvamos con ella.
Jarvis, cuando hizo el amor con Judy, no le contó todos los detalles de sus relaciones con las chicas, como en aquella noche de Año Nuevo. Con su complejo de inferioridad, aun no suficientemente superado y que trataba de disimular, pudo tener relaciones con ellas, pero con mucho esfuerzo. Una vez, por ejemplo, soltó una frase que a él, luego, le pareció toda una chorrada, pero que a la chica aquella le hizo mucha gracia. Aunque la chica empezó aquello por gastarle una broma. Ella era María Antonia Quiroga, la española.
--¿Qué me aconsejarías, Jarvis, si yo fuera lesbiana? –fue la preguntita de marras, que esperaba respuesta de él.
--Em... –Jarvis pilló inmediatamente el sentido de la pregunta e inmediatamente respondió--: Pues te presentaría a una amiga mía, que me ha dicho que es lesbiana, y te la presentaría. Seguro que ella y tú hareis buena pareja.
María Antonia Quiroga, que ya habíamos dicho que era hija de gente “progre”, aceptó muy bien la respuesta, tronchándose de risa, ante lo cual Jarvis se sentía totalmente ridículo, como un gilipollas.