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CAPÍTULO V Al día siguiente, Kathy hablaba con su hermano Ralphie, el “yuppie”, un chico vestido muy elegantemente, como todos (ó casi todos...
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dimarts, 5 de juliol del 2011
TODO ACABARÁ BIEN... SI FUESE BIEN (Capítulo XVIII)
CAPÍTULO XVIII
Al día siguiente, Judy se fue al trabajo, trabajando, no obstante, mejor que nunca, opinaba su jefe, que no se parecía en nada al Ted Danson de la serie televisiva “Cheers”. Él opinaba que aquella comparación era solamente una casualidad, ya que el bar tenía cierto parecido con el de la serie.
--Creo que le subiré el sueldo –pensó para sí mismo.
Casi acabando la jornada laboral de Judy allí, llegó allí Curtis Greene.
--¡Mierda...! –pensó Judy. Lo que menos quería en ese momento era encontrárselo cara a cara.
--Hola, Judy –le saludó él--. ¿Me sirves una Coca-Cola?
--Sí, ahora –contestó la rubia, tratando de aparentar tranquilidad y poniendo la misma sonrisa que pone a todos los clientes del bar.
--¿Vienes luego conmigo?
--No lo digas aquí, por favor –le suplicó Judy, bajando la voz.
--Ah, es verdad, quieres ser muy discreta... Te entiendo –comentó Curtis, condescendiente.
--Curtis, tenemos un problema...
--¿Cuál?
--Creo que... –Judy intentó decírselo bien clarito—Jarvis, mi novio, ya sabe lo de los polvos que tú y yo nos hemos montado.
--¿Los polvos...? ¿Y cómo...? –se asustó un poco Curtis, temiendo la venganza de un novio celoso.
--Tranquilo, tío... –le tranquilizó la rubia, tranquila asimismo—Ya te lo explicaré más tarde, que ahora tengo que trabajar... El jefe me ha dicho que trabajo hoy tan bien que quizá me subirá el sueldo. No quiero desaprovechar eso.
--Enhorabuena, guapa... ¿Nos encontramos en mi casa, como siempre?
--Sí, claro... Ahora tómate la Coca-Cola –se la sirvió. Acto seguido, ella siguió trabajando.
Cuando se la hubo bebido, de un trago, pagó la consumición y se marchó, no sin antes despedirse:
--Adios, Judy.
--Adios.
Más tarde, al acabar su jornada laboral, Judy se fue a la casa de Curtis, y subió al piso en donde estaba, para llamar a su puerta. La abrió él.
--Hola, Judy. Puedes entrar... –dijo Curtis, contento por verla allí.
--Gracias, guapo –contestó ella, con una sonrisa.
Judy entró y cerró la puerta tras ella. Luego, cuando ya se habían instalado en el sofá de la salita, ella le dijo:
--Curtis... Te conté en el bar que mi novio Jarvis ya sabe que lo hicimos, ¿no?
--Sí. ¿Qué pasa...? ¿Te ha prohibido que volvamos a vernos?
--No. Verás...
Y se lo contó todo, con detalle, casi como un libro describe una escena minuciosamente. Él, claro, no parecía creerse mucho lo que había escuchado, a juzgar por su cara.
--¿Me vacilas...? –preguntó.
--No, tío. Es verdad –le aseguró Judy.
Aunque Judy insistió bastante en ello, Curtis seguía sin creérselo totalmente. Quizá habría que llevarle a casa de Jarvis para que él mismo se lo confirmara, pensó ella.
Aquí, como muchas veces, Judy también se puso a pensar cosas, quizá cosas que le jodían bastante, y viendo que a Curtis le jodía mucho todo aquello de que el novio de ella supiera que ella le ponía los cuernos con él, además de tener, digamos, que compartirla con otro, parecía que le menguaba su hombría. Judy pensó sobre esto:
--¡Mierda...! ¡Ya se ha puesto como casi todos los tíos, en plan macho ofendido! ¡No, si todos fuésemos hermafroditas, sobre todo los tíos, no pasaría esto!
Los hermafroditas son animales que son macho y hembra a la vez, como los caracoles. Judy pensaba así que de ésta manera se acabarían esas diferencias y demás entre hombres y mujeres. Podrían parecer reflexiones absurdas, pero para ella no lo eran tanto. Tenían su lógica, si profundizamos en ellas.
Al pasar unos días, se encontraron todos, quedando en intentar convivir, a ver si podía salir algo bueno de aquel jaleo...
...Pero pasó un mes, y ahora vemos a Jarvis, sentado en un banco de madera de Central Park, triste, cabizbajo, hundido, como si se le hubiese muerto la familia entera. Tuvo ganas de llorar, pero como estaba en un banco público, a la vista de todo el mundo que pasaba por allí, le daba corte llorar abiertamente, y pensaba que lo mejor era irse a llorar a su casa.
Ahora no tenía ganas de irse de allí, pues todavía tenía muy malos recuerdos de lo que sucedió allá. Y que provocó que todo, su relación sentimental con Judy, el lío con Kimmy, todo, acabó yéndose a la mierda.
¿Qué él y Judy habían roto...?
Sí, parece increíble, pero esto les pasó.
Si hemos pasado, así de golpe, de cuando empezaban aquella aventura hasta que nos encontramos a Jarvis en éste estado tan lamentable, es para no aburrirles con detalles que tampoco no son muy importantes. Y además, son más bien obvios.
No obstante, ya haremos alguna observación para mostrar qué es lo que pasó.
Jarvis intentó hojear el periódico que llevaba y miró las páginas de espectáculos, en donde hablaban de la nueva película de Winnie, que ya les quedaba poco para finalizar su rodaje.
Ya que tenía cerca de aquella página la cartelera de cine, pensó en leerla, a ver si así podía distraerse.
Vio una que le hizo reír mucho: “Hot shots”, un título que, para los no iniciados en el inglés, significa “Disparos calientes”, aunque es un título que tiene un doble sentido muy evidente, es el de una película satírica, de los mismos directores de “Aterriza como puedas”. Su estilo es el mismo que el de todas las que han dirigido: sátira en plan absurdo, que ligeramente recuerdan a los geniales Hermanos Marx, de todo tipo de situaciones. Si en “Aterriza como puedas” parodiaban las películas de la serie “Aeropuerto”, en “Hot shots” la parodia era de las películas de acción como “Top gun”, que lanzó definitivamente a la fama a Tom Cruise. Pero aprovechaban para hacer homenajes a otras películas, que no tenían nada que ver con la mencionada. Así iban de “Nueve semanas y media” a “Rocky” y así a muchas más.
Después de salir del cine, parecía más tranquilo. Al menos había podido olvidar durante un rato los sinsabores de su vida reciente. Igual que hacía Woody Allen en “Hanna y sus hermanas”, que para olvidar sus dudas sobre la existencia ó no de Dios se metió en un cine cualquiera y ahí ponían “Sopa de ganso” de los Hermanos Marx.
Pero ese alivio no dura siempre. A los pocos minutos de pisar la calle, volvió a acordarse de su desventurada vida sentimental, y frunció el ceño de mala manera.
Pensó en irse a algún bar y tragarse alguna cerveza de un trago. Lo hizo. Pero se bebió dos, y supondrán que se puso algo borracho (a él, el alcohol le trastorna bastante, según su estado de ánimo), y empezó a soltar incoherencias, por ejemplo que se puso a imitar la voz de Anthony Hopkins como el psiquiatra caníbal Hannibal Lecter de “El silencio de los corderos”.
--“Un día me visitó un hombre del censo para hacerme una encuesta. Me comí su hígado acompañado de habas y un buen Chianti... Ssssssh, shhhh...”
Todos le miraban entre divertidos y sorprendidos. Claro que también con inquietud, a ver si era un loco, algún psicópata asesino que para más inri imitaba a un famoso psicópata del cine.
Así estaba Jarvis, con la mirada fija en la jarra de cerveza casi vacía, con un culín del líquido que aun quedaba, con una mirada entre loco y zombie salido del famoso vídeo musical del “Thriller” de Michael Jackson.
No, no era su actitud muy divertida para nadie. Sólo que a veces era aquello tan patético que por sí solo hacía gracia.
Su mirada cada vez más cegada por el alcohol, aderezada con aquellas risas siniestras que a veces soltaba, empezaba a espantar a la clientela. La camarera del bar intentaba guardar la calma, y como años atrás había trabajado en un sanatorio mental sabía cómo tratar a gente así de problemática. Le habló con cierto aire de madre compadeciendo a su hijo:
--Señor... veo que no tiene usted un buen día. ¿Le puedo ayudar?
--Gracias... –agradeció Jarvis, que sabía corresponder ésta clase de gestos—Pero no hace falta.
--No, no, hombre... ¿Qué le pasa? ¿Problemas con la novia? –pensó ella en ganarse su complicidad a base de que él se desahogara, contándole sus desdichas amorosas, si es que las tenía.
--Sí... Hemos roto.
Aquella camarera era una mujer de unos 35 años, no muy agraciada físicamente aunque atractiva a su manera, y de una mirada inteligente, con ojos marrones y pelo castaño al estilo leona. Tenía una sonrisa que cautivaba y que resaltaba el aire inteligente que despedía.
Jarvis le contó su vida, y mientras hablaba, Jarvis parecía cada vez más otra persona. No se sabía si estaba ante una camarera ó en el diván del psiquiatra. Pero contar sus desgracias a una desconocida le animaba. Muchas veces la gente que no te conoce de nada puede ser más neutral y tener por lo tanto una opinión más objetiva. Claro que al no conocer tus problemas en profundidad pueden dar una opinión equivocada en ocasiones, pero igualmente pasa en el caso contrario: si conoces demasiado profundamente esos problemas, y sobre todo si eres familiar de esa persona ó pareja sentimental, lo mismo de antes.
Durante mucho rato comentaban todo lo de él y de paso lo de ella, mientras Jarvis tomaba más bebidas, ésta vez no alcohólicas. Más tarde se marchó a casa, ya más aliviado.
Judy tampoco estaba muy contenta. Se encontraba bastante frustrada, enfadada consigo misma, por que creía que había tenido mucha culpa en su ruptura con Jarvis, además de la que tenía él. Estaba ella en su habitación, muy deprimida y con el maquillaje de los ojos corrido por todas las mejillas a causa de las lágrimas.
Varios días llevaba en casa sin salir a la calle, más que en breves ocasiones.
En el radio-cassette estaba escuchando una canción que precisamente hacía un año le animó a ligar, como era aquella de Luz Casal, “Y voy a por ti”, pero ésta ocasión escuchaba otra, muy adecuada para la coyuntura: “Pero te dejé marchar”, melancólica canción en la que una mujer se lamenta de que dejó irse a su amado, tal vez para siempre jamás. Eso sentía Judy, el haber perdido para siempre a Jarvis, aunque claro, su amor por él había ido menguando cada vez más en los últimos meses, pero ahora que ya no estaba con él, le echaba muchísimo de menos.
De vez en cuando le caía otra lagrimilla por la mejilla, por lo que el maquillaje de sus ojos ya presentaba un aspecto de siniestro total, de ruina absoluta. Miró un libro que había en su mesilla de noche, y sintió deseos de cogerlo y abrirse la cabeza con él, a ver si así de una puñetera vez se moría, y de paso dejaba de sufrir.
Había tenido que pedir unos días libres en el bar por depresión. No podía trabajar con pleno rendimiento por todo aquello. El dueño le comprendió y le dio una semana de permiso. Ya casi llegaba el fin de aquella semana, y Judy sabía perfectamente que tendría que regresar, que no podía seguir ahí en su habitación encerrada, como una monja de clausura. Ya empezaba a ahogarse en aquella habitación. Necesitaba salir, pasear... Ya lo había hecho durante un rato en cada uno de aquellos días, se lo recomendaba su madre, sus hermanos, su padre.
Claro que no le era nada fácil. Y la suerte no le acompañaba nada: al pisar la calle, veía una parejita enamorada y acaramelada hasta el riesgo de contraer diabetes, algo que no le ayudaba a olvidarse de Jarvis.
Así habían pasado los días, poco a poco, lentamente, con paso de tortuga multiplicado al cuadrado. Para ella eran siglos.
Mientras ella estaba en su habitación, en la salita estaban Kathy y Mallory, hablando entre ellas, aunque no de Judy, sino de Winnie Withfield, la directora de cine, según la primera:
--He hablado con ella –decía Kathy—y me ha dicho que quizá su próxima película, ó una de las próximas, hablará sobre hermafroditas.
--¿Ah, sí...? –decía Mallory.
Estaban riendo mientras hablaban, observémoslo. Les parecía un tema divertido.
--Sí, Mamá –seguía diciendo la morena--. Dice que si todo el mundo fuese hermafrodita, como los caracoles, habría más igualdad entre hombres y mujeres. Creo que esto se lo contó un día Judy, y quizá se cachondeaba mi hermanita, pero si lo piensas bien, tiene sentido. Y Winnie se lo pensó mucho. Me ha dicho ésta mañana que podría servirle la idea para una película.
--¿Te imaginas un tío al que le viene la regla cada mes y una tía con dolores de próstata? –preguntó Mallory, estallando en escandalosas carcajadas al acabar la pregunta.
--¡Huy, sí...! ¡Ja, ja, ja...! –contestó Kathy, de manera casi ininteligible en medio de una cascada desbocada de carcajadas, ya como su madre.
--Pues creo que es interesante a tope, hija mía. Si Winnie es hábil, que lo es, le saldrá una cosa que... ¿Cómo lo deís los jóvenes...? Ah, sí... –intentó recordar una frase coloquial de la juventud—Una cosa buena que te cagas.
--Eso es...
Volvieron a reír.
Y siguieron hablando, pero de golpe se detuvieron en su perorata al escuchar un terrible golpe, un ruido sordo.
--¿Qué es eso...? –se preguntaron las dos, asustadas. Parecía como si hubiera un terremoto, ó que se fuera a derrumbar una pared.
--Parece que viene de la habitación de Judy –dijo Kathy, con el miedo reflejado en la cara. Mallory también intuía, como ella, algo terrible referente a Judy.
Se levantaron de repente y fueron allá. Llamaron a la puerta de la habitación de la chica.
--¡Judy! ¿Podemos entrar?
No contestó nadie. Estaban cada vez más aterradas. Presentían lo peor.
Consiguieron abrir la puerta, que no estaba cerrada con llave, y gritaron al entrar y ver lo que ocurría en su interior:
--¡¡Judy...!!
La encontraron caída sobre la cama, con un corte gordo sobre la frente, con un libro grande casi soltado de su mano derecha. Como vieron que sangraba mucho, se asustaron. Les parecía algo “gore”, de película de terror ó de asesinatos como los de la familia Manson. Pero consiguieron estar tranquilas, y sin estridencias buscaron vendas y alcohol. Le curaron la herida, que gracias a Dios no era la cosa como aparentaba en un principio, ya que por el golpe Judy quedó aturdida, atontada, pero no era la cosa tan terrible como parecía. El libro con el que se había dado aquel golpe era un diccionario general de la lengua inglesa, de esos gordos, tamaño ladrillo, como los libros de la estantería del despacho de un juez, que se te cae uno en un pie y te lo aplasta literalmente.
Le fueron poniendo una venda alrededor de la cabeza. Mallory estaba furiosa con Judy.
--¡Serás gilipollas...! –gruñó--. ¡Podrías haberte matado! ¡Que la colcha de tu cama es nueva, coño! ¡Nos costó 20 dólares! ¡Y la sangre es difícil de quitarla!
--Mamá, ¿te preocupa más lo de Judy ó lo de la colcha? –le preguntó Kathy, extrañada por lo que oía.
--Ah, perdon... Oye, Judy –le habló severamente a su hija, que ya empezaba a volver en sí--, el que Jarvis te haya dejado no es para que intentes matarte, ¿de acuerdo? ¿Por qué no te ligas algún chico que esté bueno y te lo traes aquí y te montas una película porno con él? Que eso alivia mucho. ¿Ó cómo lo decís los jóvenes...?
Mientras, Kathy llamaba por teléfono al médico, al doctor McAndrew, para que viniera urgentemente allí. Vino media hora más tarde, examinó con detalle a la enferma y habló con Mallory:
--Señora Raines, su hija está bien. Sólo tiene una herida leve en la frente. Lo que necesita ahora es mucho reposo. En un par de días estará bien.
Se quedó aliviada. El médico se marchó, dejó unas recetas para comprar algún medicamento para Judy y un certificado para mostrar al dueño del bar en el que ella trabaja.
Mallory volvió más tarde a hablar con su hija, que estaba en la cama, en camisón azul celeste, con aquella venda rodeándole la frente, de lo que le dijo cuando estaba semiinconsciente. Eran éstas:
--“El que Jarvis te haya dejado no es para que intentes matarte, ¿de acuerdo? ¿Por qué no te ligas algún chico que esté bueno y te lo traes aquí y te montas una película porno con él? Que eso alivia mucho. ¿Ó cómo lo decís los jóvenes...?”
La contestación de Judy fue:
--Mamá, que no soy ninguna puta. Que cuando tú eras más joven, eso serviría mucho, pero ahora ya no es lo mismo. Todo ha cambiado mucho, hasta los chicos...
--No me jodas, Judy. En mis tiempos los chicos eran bien machos, que no quiere decir que todos fuesen machistas. Eran otros tiempos.
--Ya lo sé, Mamá. Eh, dejémonos ahora de chicos y de ligues, que no quiero oír hablar de eso durante una temporada, por favor... Bien, me decías que quería suicidarme, ¿no? Pues lo siento, coño. Me he cabreado con Jarvis, con Curtis, con Kimmy, con todo el mundo. ¡Y lo siento! Espero que ellos puedan encontrar una nueva pareja, y yo también... pero necesito algún tiempo para recuperarme de todo.
--Te ha quedado un discurso muy dabuten, como tú dices. Bien, pienso que cuando te pongas bien podrías irte con tu hermana un fin de semana, a un sitio a donde van mucho ella y Tommy, y quizás podrías ligar allí.
--Mamá, así no puedo ir, que parezco una momia.
--No exageres, rica. Esas vendas no las vas a llevar toda la vida. Cuando pasen dos días, te las quitaremos, y sólo te quedará un pequeño corte, que en unos días más desaparecerá. Ánimo, hija.
Continuaron hablando un largo rato, y después de haber cenado, Judy se acostó a dormir.
Se acordó nuevamente de aquella relación peculiar, aquel “ménage-à-quatre”, que hacía cuatro semanas que decidieron montarse ella con Jarvis, Curtis y Kimmy, y soltó una lágrima. Estaba con una “depre” tal que podría acabar como Jenny Isaksson, la psiquiatra de la película de Ingmar Bergman “Cara a cara”, que acabó en un sanatorio. Suerte que Judy es fuerte, aunque haya tenido el traspiés de intentar abrirse la cabeza a golpes, en un arranque de desesperación.
Al empezar aquella relación múltiple, algo que fue típico en la era liberal de los transgresores años ’70, todos parecían conformes, pero todo empezó a joderse cuando Kimmy dijo que quería estar más tiempo sola con Jarvis. Llegó a quejarse en voz alta. Le replicaron los demás componentes del peculiar cuarteto que no era ese el trato, que había que compartir a todos con todos...
No quería acordarse del resto de acontecimientos que provocaron el fin de éste rocambolesco experimento, que parecía nada más que eso, un experimento de científico loco, pero poco después todos/as se dieron cuenta de lo inviable que era todo aquello, y amistosamente cada uno se fue por su lado.
Por supuesto, Judy y Jarvis rompieron su relación. No podían ni se sentían capaces de continuarla como antes. Todo se había desencadenado fatalmente, les había desbordado. Ya no podrían llevarla con la misma confianza de antaño.
Judy pensó en ello largo rato, mientras le caían más lágrimas, pero el sueño la venció y le vino bien descansar largamente, varias horas. Estaba hecha polvo.
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