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dimarts, 5 de juliol del 2011

FRACASOS (CAPÍTULO III)

CAPÍTULO III




Ahora nos encontramos en un funeral. Han pasado tres semanas. Meritxell está presente, y por homenaje al difunto, como era miembro de una pequeña orquesta, sus compañeros tocan un fragmento de "La muerte y la doncella" de Schubert. La tristeza y belleza a la vez de la música, que va de una chica que está a punto de cerrar los ojos para siempre, hace volar la imaginación de nuestra protagonista.
Pero después de volver a su casa, tuvo un desmayo. Fue al médico y no le encontró nada importante. Quizás una bajada de azúcar, pero sin peligro de acabar diabética.
Quizá lo que vio en el funeral mencionado la impresionó, aunque ella, que siempre ha sabido ser impasible, a la manera inglesa que siempre admiró de lo lindo, conservó la calma y el "savoir faire". Vete a saber.
Volvemos a escuchar la música de "La muerte y la doncella", melancólica y dulce a la vez. La lleva mentalmente a los tiempos que no diremos prehistóricos, sino de cuando Meritxell era una niña, cuando su madre también cerró los ojos indefinidamente.
Se veía ahora en el hospital, cuando la madre agonizaba de cáncer de pulmón en la cama y estaban su padre, su hermana y su futuro marido, todos llorando ante la inevitable muerte. Pero Meritxell no lloraba.
¿Por qué? Porque su relación con su madre no había sido muy buena. Era como esos personajes de Ingmar Bergman. El director sueco había tenido un padre severo, un pastor protestante que por cualquier tontería cogía una fusta y le pegaba con ella. Finalmente, él tenía que dar un beso en la mano del padre, en señal de sumisión y al mismo tiempo humillación.
No, no es que la madre hubiera sido igual con ella, que le hubiera pegado y finalmente Meritxell tenía que besarle la mano, pero a menudo se sentía humillada de la misma manera.
Son tantas cosas adversas que le han pasado en su vida... Esto le hace meditar profundamente, mientras siente mentalmente la música de Schubert. Siente ella un profundo odio hacia la Humanidad, no sabe si por el tipo de gente que le ha tocado en desgracia conocer, o no sabe por qué, pero a menudo siente esto. Quizá por su ex marido, ya sabemos que es algo muy tópico, de telenovela barata o de película tópica, pero los tópicos, alguna vez, son realidad. Sólo alguna vez, no aprovechamos para mostrarlos como los retratos fieles de la vida.
Esto mismo es lo que diría ella.
O quizás, pasado un rato, ella renegaría de estas palabras...
Vete a saber.
Ahora ella se acuerda de que también tuvo una aventura extramatrimonial durante su matrimonio, lo que pasa es que ella tenía más motivos para ello, normalmente las mujeres, cuando les pasa esto, siempre tienen un motivo para justificarlo.
Ella había leído en el periódico un anuncio de un grupo de amigos, solteros, separados y divorciados, así que fue hacia allí.
Era un grupo con gente de cuarenta años para arriba, no había jóvenes. Quizás a ella le parecía extraño, pero ella ya tenía más de treinta, no eran demasiado mayores.
Pues allí vio un chico que le gustaba. Llevaba gafas, no de pasta, sino más ligeras.
--Hola.
--Hola.
Se saludaron en medio del ruido de la sala, que como había acabado la tertulia que hacían (sobre la actualidad política), luego ponían música a alto volumen, costaba un poco entenderse si no hablabas más alto. Y, claro, había que empezar con los saludos, la educación ante todo.
Empiezan a hablar, a charlar. En pocos minutos, se olvidan del resto de asistentes a la tertulia, de la música que la organizadora pone después de la misma.
Tocaron ellos varios temas, y llegaron a uno insólito, sobre todo en lo que podía consistir en que cada uno de ellos intentaba ligar con el otro: las frases más famosas de Groucho Marx:
--“Yo nunca olvido una cara, pero en su caso, haré una excepción”.
--“No disparéis hasta que no haya visto el blanco de sus ojos”.
--“Me voy a dormir la siesta. No me esperéis en los próximos siglos”.
Y así varias frases más, en una hora de interminable conversación. Como la música, cuando empezó a sonar, ya era muy fuerte, tuvieron que hablarse al oído el uno al otro. La atracción mutua ya era evidente. Meritxell ya había empezado a enamorarse del chico cuando la tertulia, al oírle defendiendo sus puntos de vista con un estilo enérgico pero educado vez, sin prepotencia.
Cuando terminó la tertulia, ambos decidieron irse a la calle, buscar un lugar un poco más íntimo para continuar con la charla. Ahora, ella y él ya iban cogidos del brazo, como dos viejecitos, pero ya era un detalle de que aquello ya iba más allá.
--¿Buscamos un lugar en donde podamos charlar tranquilos? –sugirió Meritxell.
--Sí –contestó él—. Pero no sé si hay alguno por aquí cerca...
Finalmente, después de recorrer el barrio, encontraron una pequeña discoteca que está justo al lado del lugar en donde está la tertulia. Era una discoteca y bar de copas, mezcla de ambas cosas. Entraron.
Tomaron unas copas y bailaron un poco. Mejor dicho, intentaron bailar, ninguno de los dos era nada dotado para el baile, no serían nunca unos nuevos bailarines de la "Fiebre del Sábado Noche", claro.
Se sentaron en una especie de sofá, o un sillón ancho, para continuar charlando. Ella, mientras él hablaba, cogía un dedo de una mano de él con la suya, concretamente le cogía el dedo meñique.
Sería por eso que él le dio un beso en la mejilla. Ella respondió con otro en la mejilla de él.
Todo ello de una manera dulce y cadenciosa.
El tópico que es obligatorio en las historias de amor vino justo después, claro. Después de los preliminares (los pequeños besos en las mejillas de cada uno, primero uno, luego otro) llegaron.
Finalmente, él se atrevió a hacer a ella un beso, muy breve, de un segundo, en los labios. Ella puso una cara aparentemente de sorpresa, pero al final, Meritxell se abrazó a él y continuaron con un beso apasionado. No sabemos qué duración tuvo.