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divendres, 22 d’octubre del 2010

MAGDALENA SERRA: CAPÍTULO II (EL HOMBRE QUE ES MI JEFE)


CAPÍTULO II:
EL HOMBRE QUE ÉS EL MI JEFE




Os hablaré ahora de mi jefe. Del hombre que es mi jefe, en mi oficina.
Pues un día por la mañana, estoy en mi trabajo. Sentada ante el ordenador. Y al fondo, oigo la voz áspera de mi jefe, el señor Brissac, que da una orden a Georgette:
--¡Señorita Klinsmann, por favor! Necesito ese documento de la fábrica Chauvigny y Compañía.
--Sí, señor Brissac –contestó ella, muy servicial. No quedaba más remedio… El hombre era así de autoritario.
Tiene un poco de parecido físico con el actor Jean Rochefort, sobre todo con su personaje de la película francesa “Salir del armario”. Pero este personaje era mucho más amable que no él, porque dicho tío no es precisamente un ángel...
Ahora se dirige a mí para pedirme una tarea, y con su habitual manera de hablar, prepotente.
--Señorita Serra, por favor, ¿tiene los documentos de nuestro cliente, el señor Tedeschini de Roma?
--Sí, señor Brissac –le contesté--. Pero la traducción que usted quiere resultaba una pizca difícil. Estos señores utilizan un italiano que parece el libreto de las óperas de Verdi.
Se pone de brazos cruzados, y el tío, con una expresión aún más cabreada, me dice, sin levantar demasiado la voz:
--Bien, señorita Serra, sé como son los documentos del señor Tedeschini, pero no necesito traducciones para Éditions Denoël ni tampoco para el Premio Nobel de Literatura. Acabe esta traducción rápido, por favor.
Casualmente tenía los papeles con la traducción ya hechos e impresos. Se los di en la mano.
--Perdone, señor Brissac. Ya están todos acabados. Aquí los tiene, señor.
El tío los cogió, y sin cambiar nada de su rostro, yo me quedé enfadadísima. Casi con los brazos en las caderas, me lo miré fijamente mientras se iba, y pensé:
--¡Tú eres una mierda, “nano”, cojones! ¿Por que tú eres el jefe, te crees que eres también el amo del mundo?
Más tarde, tomando algo con Georgette, me desahogué, claro.
--Éste hombre es un cerdo, Georgette. Yo no puedo continuar así.
--Yo tampoco –dijo ella—. Pero si hacemos alguna cosa, nos podemos quedar sin trabajo. Ese tío es inflexible.
Miré de soslayo hacia la derecha, y sin abandonar la seriedad grave y la mala uva que tenía en aquel momento contra Brissac, dije:
--Alguna vez, yo pienso en la venganza.
--¿Qué tipo de venganza? –preguntó Georgette, intrigada.
--Una venganza contra él por sus “poca-soltades” contra nosotros. Al menos para podernos aliviar.
--Buena idea.
Después, cuando estaba en mi casa, yo veía la televisión. La película de aquel día era “Amélie”. La manera con que ella, Amélie Poulain, hacía su venganza contra el tendero que maltrataba su empleado, me dio ideas... Esa Amélie sabe hacer venganzas muy originales. Yo, podría hacer cosas parecidos.
Y como yo estaba del todo cabreada con mi jefe, todo aquello fue una fuente de inspiración.
Cuando acabó la película, acto seguido me senté en mi mesa y comencé a hacer una especie de plano. Me puse a diseñar planos, los más complejos posible. Dudaba en ejecutarlos, porque yo no soy rencorosa... y sobre todo soy pacifista.
Entonces, según las tácticas de Louis Van Gaal en el F. C. Barcelona, de Luis Fernández en el París Saint-Germain y la selección francesa en el Mundial'98, entonces yo tendría... Mmm...
Decía eso porque el plano, finalmente, me salía igualmente que la táctica de un entrenador de fútbol.
Como aquello no quedaba muy claro, lo dejé y me fui a dormir.
Al día siguiente, a punto de entrar otra vez en el trabajo, y caminando con Georgette, yo hablaba de todo aquello que hice la última noche.
--¿Lo pensaste ayer, todo eso?
--Sí.
Georgette parecía desconfiar. Ella no lo veía nada bien todo eso, tal vez.
--Magdalena –dijo—, me sabe mal... pero yo no sé si nosotros hacemos lo correcto con esta venganza contra el señor Brissac.
--Tienes razón, Georgette. Esta noche pensé a menudo lo mismo. No somos asesinas, claro. Yo sólo quiero darle una pequeña lección al tirano, como han hecho los chilenos con Pinochet.
En aquel momento, llamaban a mi teléfono móvil. Es para mí, claro. Contesté, y a la vez hago una sonrisa, porque es alguien al que amo muy especialmente. Y durante la conversación yo hablo a la vez en francés y catalán.
--¿Diga...? ¡Ah, eres tú, Jojo! Sí, estoy muy bien, “nano”. ¿Una cita conmigo...? Bien, esta tarde puedo... Hasta luego, guapo. Adiós.
(La parte en itálica es la parte hablada en catalán).
Al fondo, estaba Georgette, que me miraba todo el tiempo de la conversación telefónica seria y con los brazos cruzados. Está claro que no había entendido ni un ápice de aquello que yo hablaba.
Pero como había intuido que era alguien de mi tierra, el Rosellón, preguntó:
--¿Quién es? ¿Algún amigo del Rosellón?
--Sí. Es Joseph, pero todos los amigos le llaman Jojo. Si no, mañana yo pensaré más en nuestra venganza, pero como hemos dicho antes, nosotras no somos asesinas. No nos hace falta ser tan crueles como él.
Y después de haberle dicho ese discursito, pasé a lo del trabajo, y ella también. Con el odioso Brissac cerca, no había más remedio.
Y después de mucho trabajo, cambiamos la panorámica de la oficina y pasamos a la de una calle de París, toda llena de tiendas de moda, aceras estrechas y muchos transeúntes.
Estoy en la calle con Jojo. Yo y él nos damos besos en la boca, con mucha pasión.
Mi relación con Joseph es aún “amistosa”, de amigos que tienen derecho además a cosas aparte, como besos. Yo le quiero mucho, pero no quiero perder mi independencia. Tendré siempre respeto hacia él, y yo me espero que él lo tendrá igualmente a mi...
Como él me veía preocupada, yo le conté la historia de mi jefe y yo, y sin dejar de tener aquella expresión tan dulce y encantadora que me encanta (valga la redundancia), me dijo, todo preocupado en su voz que me llegó a las orejas:
--Escucha, “Magdaleneta”, si ese tío es de verdad un tirano, tomarte la justicia por tu propia mano no sirve para nada.
--Sí, tal vez, pero... no estoy segura. Si hubiese otros métodos, sería magnífico. Al menos, para no hacer la venganza yo misma.
En aquel momento, Georgette estaba en la calle, y se encontró con nosotros. Nos vio con la mano de cada cual encima del hombro del otro, y nos saludó efusivamente.
--¡Heey! ¿Como estás, Magdalena? Yo, no sabía que vosotros estábais por aquí. ¿Quién es este chico tan guapo?
Nos saludamos. Georgette se mira el chico y guiña el ojo. Él le saluda en catalán, ella no comprende nada y él lo repite en francés.
--Es mi queridísimo amigo Jojo –le dije a ella—, Georgette. Jojo, esta chica es mi amiga Georgette. Trabaja en mi oficina.
--“Molt de gust”, Georgette.
--¿Como...?
--Perdóname, yo quise decir: “Enchanté”.
Georgette me quería hablar de algo muy importante. Parecía del todo entusiasmada, como si le hubiese tocada la Lotería.
--¡Heeeey! ¡Magdalena!¡¡¡No puedes imaginarte qué es lo que ha pasado en el trabajo!!! ¿Que te acuerdas del jefe, y de nuestra venganza contra él, y de otras cosas...?
--Sí. ¿Y...?
Yo contesté fríamente, ya que no comprendía ni un ápice. Y además, por un rato, con la compañía agradable de Jojo, estaba decidida a olvidarme de todo aquello que tuviese que ver con el odioso Brissac.
Ella me lo cuenta todo, divertida y muy expresiva al contarme la increíble historia, al menos en su desenlace.
--Bien, ¡pues el señor Brissac ha sido sorprendido por su mujer en un lío con su secretaria! La señora Brissac había ido para hacer una visita sorpresa a su marido. ¡Y entonces se los ha encontrado a los dos sobre la mesa de su despacho haciendo las peores posturas del Kamasutra! ¡Todo aquello era... surrealista!
Los tres estábamos bien contentos. Bien contentos. Jojo, como no sabía mucho de cómo era Brissac, no podía compartir aquello igual que yo y Georgette, pero se alegró, al verme la expresión de alegría y triunfo que tenía en el rostro. Y eso, en parejas de enamorados, ayuda a conocer mejor a la otra persona.
--Bien, creo que a éste tío no se le verá la nariz por algunos días. Con este lío, estará muy ocupado. ¿Qué os parece?
--Que es genial. ¡Mejor que una venganza! Se ha hecho justicia, sin que nosotros hayamos hecho nada.